Un camino mejor
Un camino mejor
Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. Filipenses 2.3-4
La humildad es una de esas características difíciles de identificar. Ni bien consideramos que la poseemos, se nos escapa de las manos. Por esto, resulta más fácil observar la humildad en hechos concretos, que analizando la actitud que la define.
Pablo nos ofrece dos caminos bien prácticos para cultivar la humildad.
El primero de ellos consiste en considerar a los demás como mejores que nosotros mismos.
Vale la pena aclarar que el apóstol no declara que los demás son mejores que nosotros. Delante del Señor somos todos iguales y cada uno de nosotros posee el mismo valor. El Nuevo Testamento desconoce las jerarquías y los privilegios que tanto atraen a la cultura que nos rodea.
No obstante, esta aclaración, yo puedo escoger el estimar a mi prójimo como mejor que yo. Lo interesante de esta postura es que la otra persona no trabaja para ubicarse por encima de mí, que es el camino de la vanagloria. Más bien, yo lo ubico en esa posición aun cuando, quizás, esa persona no desee ese honor.
Cuando adopte esta postura, entonces, me resultará más natural querer escuchar, que hablar; señalar lo que otros están haciendo, que llamar la atención a lo mío; luchar por los derechos de los demás, en vez de exigir que se respeten los míos. Me mostraré más dispuesto a recibir consejos y reprensiones cuando considere que los que me rodean son superiores a mí.
Y un resultado que se desprende de esta postura es la disposición de velar por los intereses de los demás antes que los propios. Puede que se trate de algo tan sencillo como, en un encuentro de la iglesia, servirle comida al otro antes de servirme yo. O quizás se manifieste en acciones más profundas, como promocionar el ministerio de otros o buscar recursos económicos para invertir en los proyectos de otros, y no en los míos.
La expresión más auténtica de este sentir la observaremos en la intimidad de nuestras oraciones. Sabremos que vamos por buen camino cuando elevemos a Dios más peticiones a favor de los demás, que por nosotros mismos.
El orgullo sufre cuando escogemos dar preferencia a los demás. Alimentado por una insaciable necesidad de ser el centro de todo, el orgullo no soporta que elijamos ubicarnos por debajo de otros. Esta forma de vivir, sin embargo, es la que nos conduce hacia la humildad. Quizás en un primer momento lo hagamos por simple obediencia.
Por el camino, sin embargo, descubriremos cuánta alegría y satisfacción se cosecha de una vida puesta al servicio de los demás, pues es más bienaventurado dar que recibir.
Para pensar y orar.
Crea un pare en tu vida y piensa que áreas quieres ser mas humilde, que áreas necesitas trabajar para que Cristo viva más en ti.
Oremos,
Señor, solo tú me puedes librar del egoísmo que radica en mi corazón. Quiero transitar por el camino de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. Permíteme crecer en el afecto y el amor hacia los demás, sirviéndoles en aquello que más puede beneficiar a su crecimiento espiritual. Sé que su alegría será también la tuya, y la mía.
Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. Filipenses 2.3-4
La humildad es una de esas características difíciles de identificar. Ni bien consideramos que la poseemos, se nos escapa de las manos. Por esto, resulta más fácil observar la humildad en hechos concretos, que analizando la actitud que la define.
Pablo nos ofrece dos caminos bien prácticos para cultivar la humildad.
El primero de ellos consiste en considerar a los demás como mejores que nosotros mismos.
Vale la pena aclarar que el apóstol no declara que los demás son mejores que nosotros. Delante del Señor somos todos iguales y cada uno de nosotros posee el mismo valor. El Nuevo Testamento desconoce las jerarquías y los privilegios que tanto atraen a la cultura que nos rodea.
No obstante, esta aclaración, yo puedo escoger el estimar a mi prójimo como mejor que yo. Lo interesante de esta postura es que la otra persona no trabaja para ubicarse por encima de mí, que es el camino de la vanagloria. Más bien, yo lo ubico en esa posición aun cuando, quizás, esa persona no desee ese honor.
Cuando adopte esta postura, entonces, me resultará más natural querer escuchar, que hablar; señalar lo que otros están haciendo, que llamar la atención a lo mío; luchar por los derechos de los demás, en vez de exigir que se respeten los míos. Me mostraré más dispuesto a recibir consejos y reprensiones cuando considere que los que me rodean son superiores a mí.
Y un resultado que se desprende de esta postura es la disposición de velar por los intereses de los demás antes que los propios. Puede que se trate de algo tan sencillo como, en un encuentro de la iglesia, servirle comida al otro antes de servirme yo. O quizás se manifieste en acciones más profundas, como promocionar el ministerio de otros o buscar recursos económicos para invertir en los proyectos de otros, y no en los míos.
La expresión más auténtica de este sentir la observaremos en la intimidad de nuestras oraciones. Sabremos que vamos por buen camino cuando elevemos a Dios más peticiones a favor de los demás, que por nosotros mismos.
El orgullo sufre cuando escogemos dar preferencia a los demás. Alimentado por una insaciable necesidad de ser el centro de todo, el orgullo no soporta que elijamos ubicarnos por debajo de otros. Esta forma de vivir, sin embargo, es la que nos conduce hacia la humildad. Quizás en un primer momento lo hagamos por simple obediencia.
Por el camino, sin embargo, descubriremos cuánta alegría y satisfacción se cosecha de una vida puesta al servicio de los demás, pues es más bienaventurado dar que recibir.
Para pensar y orar.
Crea un pare en tu vida y piensa que áreas quieres ser mas humilde, que áreas necesitas trabajar para que Cristo viva más en ti.
Oremos,
Señor, solo tú me puedes librar del egoísmo que radica en mi corazón. Quiero transitar por el camino de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. Permíteme crecer en el afecto y el amor hacia los demás, sirviéndoles en aquello que más puede beneficiar a su crecimiento espiritual. Sé que su alegría será también la tuya, y la mía.
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