Camino descendente
Camino descendente
Y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Filipenses 2.7-8
Pablo ilustra la clase de vida que espera de los filipenses, describiendo las actitudes que adoptó el Señor y las consecuencias que acarrearon.
Me impacta con fuerza la frase «y nació como un ser humano», porque se trata de aquel que «ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación» (Colosenses 1.15).
Reconozco que ninguna analogía logrará captar la increíble distancia que recorrió Cristo cuando nació en un humilde pesebre. No obstante, me atrevo a hacer algunas comparaciones, con todas las limitaciones que posean.
Es como si la estrella más candente del universo hubiera decidido convertirse en una humilde vela. O como si un guepardo, un felino de singular belleza que alcanza velocidades de 120 kilómetros por hora, se hubiera convertido en una lombriz. O como si el monte Everest, con su imponente majestuosidad, se hubiera convertido en una cueva, en medio del desierto.
Jesús, a diferencia de las películas de ciencia ficción, no aparece repentinamente entre los seres humanos. Toma la forma de un diminuto embrión y recorre el camino que ha recorrido cada persona sobre la faz de la tierra, para eventualmente nacer a la vida en forma de un pequeño e indefenso bebé.
No existen palabras que logren captar lo increíblemente asombrosa que es esta transformación, que no es un cambio hacia algo mejor, sino hacia algo infinitamente más limitado, pequeño, débil y frágil de lo que era Jesús cuando existía en forma de Dios.
Frente a esta realidad nos sentimos tentados a exclamar: «¡Basta ya!». Alcanza y sobra con el tremendo camino recorrido».
Pablo, sin embargo, nos dice que el proceso no se detiene allí. Una vez que Cristo adoptó la forma de hombre continuó con el mismo proceso, y se humilló a sí mismo en obediencia a Dios. Es decir, una vez más renuncia a sus derechos, privilegios y posibilidades para sujetar completamente su vida a la voluntad de aquel que lo envió.
Encuentro gran provecho en reflexionar sobre la frase «se humilló a sí mismo». Qué refrescante toparse con una persona que se concentra en humillarse a sí misma, en lugar de humillar a otros. El atropello y la opresión son tan parte de la cultura caída de este mundo que, en ocasiones, ni siquiera somos conscientes de posturas y frases que significan humillación para el prójimo. Jesús, sin embargo, continúa con ese proceso de vaciarse a sí mismo, aun siendo hombre.
El ejemplo del Mesías nos ayuda a entender más cabalmente a qué se refería Pablo cuando, al inicio de este pasaje, nos dejó la siguiente exhortación:
«Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás» (Filipenses 2.3-4).
Para pensar.
«Cristo es la humildad de Dios encarnada en naturaleza humana; el Amor Eterno humillándose a sí mismo para vestirse con el ropaje de la mansedumbre y la ternura, para ganar, servir y salvarnos». Andrew Murray
¿Si Él lo hizo, lo harías tu?
Y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Filipenses 2.7-8
Pablo ilustra la clase de vida que espera de los filipenses, describiendo las actitudes que adoptó el Señor y las consecuencias que acarrearon.
Me impacta con fuerza la frase «y nació como un ser humano», porque se trata de aquel que «ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación» (Colosenses 1.15).
Reconozco que ninguna analogía logrará captar la increíble distancia que recorrió Cristo cuando nació en un humilde pesebre. No obstante, me atrevo a hacer algunas comparaciones, con todas las limitaciones que posean.
Es como si la estrella más candente del universo hubiera decidido convertirse en una humilde vela. O como si un guepardo, un felino de singular belleza que alcanza velocidades de 120 kilómetros por hora, se hubiera convertido en una lombriz. O como si el monte Everest, con su imponente majestuosidad, se hubiera convertido en una cueva, en medio del desierto.
Jesús, a diferencia de las películas de ciencia ficción, no aparece repentinamente entre los seres humanos. Toma la forma de un diminuto embrión y recorre el camino que ha recorrido cada persona sobre la faz de la tierra, para eventualmente nacer a la vida en forma de un pequeño e indefenso bebé.
No existen palabras que logren captar lo increíblemente asombrosa que es esta transformación, que no es un cambio hacia algo mejor, sino hacia algo infinitamente más limitado, pequeño, débil y frágil de lo que era Jesús cuando existía en forma de Dios.
Frente a esta realidad nos sentimos tentados a exclamar: «¡Basta ya!». Alcanza y sobra con el tremendo camino recorrido».
Pablo, sin embargo, nos dice que el proceso no se detiene allí. Una vez que Cristo adoptó la forma de hombre continuó con el mismo proceso, y se humilló a sí mismo en obediencia a Dios. Es decir, una vez más renuncia a sus derechos, privilegios y posibilidades para sujetar completamente su vida a la voluntad de aquel que lo envió.
Encuentro gran provecho en reflexionar sobre la frase «se humilló a sí mismo». Qué refrescante toparse con una persona que se concentra en humillarse a sí misma, en lugar de humillar a otros. El atropello y la opresión son tan parte de la cultura caída de este mundo que, en ocasiones, ni siquiera somos conscientes de posturas y frases que significan humillación para el prójimo. Jesús, sin embargo, continúa con ese proceso de vaciarse a sí mismo, aun siendo hombre.
El ejemplo del Mesías nos ayuda a entender más cabalmente a qué se refería Pablo cuando, al inicio de este pasaje, nos dejó la siguiente exhortación:
«Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás» (Filipenses 2.3-4).
Para pensar.
«Cristo es la humildad de Dios encarnada en naturaleza humana; el Amor Eterno humillándose a sí mismo para vestirse con el ropaje de la mansedumbre y la ternura, para ganar, servir y salvarnos». Andrew Murray
¿Si Él lo hizo, lo harías tu?
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