Escuela del sufrimiento
Escuela del sufrimiento
Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen. Hebreos 5.8-9
El texto de hoy es el que le sigue al que describe la agónica tribulación de Jesús en Getsemaní. Allí «ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte» (v. 7).
El intenso sufrimiento que experimentó en aquel momento de profunda soledad lleva al autor de Hebreos a señalar que «Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió».
No ignoramos que todas las figuras que fueron instrumentos útiles en las manos del Señor debieron también transitar por la escuela del desierto. Sin embargo, en el caso del Hijo de Dios no podemos evitar cierta sensación de desconcierto, pues el mismo autor de esta epístola no ha dudado de señalar que fue igual a nosotros en todo, pero sin pecado (4.15).
Nuestra convicción de que el sufrimiento es necesario para quebrar el espíritu de rebeldía que produce el pecado, no nos ayuda a la hora de entender por qué fue necesario que Jesús aprendiera obediencia.
La obediencia está íntimamente ligada a uno de los regalos más preciosos que hemos recibido del Creador: la libertad. Ser libres implica gozar del privilegio de elegir, y este privilegio es el mismo para pecadores y no pecadores. No estamos obligados a transitar ningún camino que no hayamos previamente escogido. Esto no elimina, de ninguna manera, las consecuencias que puedan tener nuestras elecciones. Es uno de los contrapesos que impulsa el uso responsable de la libertad.
Y esta es, precisamente, una de las principales metas en la capacitación de un siervo útil en las manos de Dios. Debe aprender a emplear con responsabilidad la libertad que ha recibido. Jesús, por lo tanto, no escapó de la capacitación que Dios ha reservado para todos aquellos que ha escogido incluir en sus proyectos.
La forma más eficaz de llevar adelante esta capacitación consiste en exponer al siervo a situaciones de sufrimiento.
La obediencia no se aprende en un aula o leyendo un libro acerca del tema. Se asimila en el contexto de las decisiones complejas que son parte de nuestra existencia terrenal. Y las oportunidades para el aprendizaje se multiplican cuando las decisiones a las que nos enfrentamos tienen mayor peso en el rumbo de nuestra vida.
No está en juego lo mismo cuando elijo qué canal de televisión voy a mirar, que cuando decido si voy a operarme o no de un cáncer. Cuanto más intensa y agónica sea la decisión, mayor será la oportunidad de aprender a ser obediente.
Para pensar.
¿Como esta tu corazón para obedecer al Señor?
El sufrimiento se presta de manera admirable para este proceso de aprendizaje, porque nos sentimos tentados a recorrer cualquier camino con tal de procurar el alivio que tanto anhelamos. Ante la multitud de opciones que ofrece una situación de sufrimiento, el escoger sujetarse a Dios, para hacer lo que él demanda de nosotros, deja un precioso rédito espiritual.
Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen. Hebreos 5.8-9
El texto de hoy es el que le sigue al que describe la agónica tribulación de Jesús en Getsemaní. Allí «ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte» (v. 7).
El intenso sufrimiento que experimentó en aquel momento de profunda soledad lleva al autor de Hebreos a señalar que «Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió».
No ignoramos que todas las figuras que fueron instrumentos útiles en las manos del Señor debieron también transitar por la escuela del desierto. Sin embargo, en el caso del Hijo de Dios no podemos evitar cierta sensación de desconcierto, pues el mismo autor de esta epístola no ha dudado de señalar que fue igual a nosotros en todo, pero sin pecado (4.15).
Nuestra convicción de que el sufrimiento es necesario para quebrar el espíritu de rebeldía que produce el pecado, no nos ayuda a la hora de entender por qué fue necesario que Jesús aprendiera obediencia.
La obediencia está íntimamente ligada a uno de los regalos más preciosos que hemos recibido del Creador: la libertad. Ser libres implica gozar del privilegio de elegir, y este privilegio es el mismo para pecadores y no pecadores. No estamos obligados a transitar ningún camino que no hayamos previamente escogido. Esto no elimina, de ninguna manera, las consecuencias que puedan tener nuestras elecciones. Es uno de los contrapesos que impulsa el uso responsable de la libertad.
Y esta es, precisamente, una de las principales metas en la capacitación de un siervo útil en las manos de Dios. Debe aprender a emplear con responsabilidad la libertad que ha recibido. Jesús, por lo tanto, no escapó de la capacitación que Dios ha reservado para todos aquellos que ha escogido incluir en sus proyectos.
La forma más eficaz de llevar adelante esta capacitación consiste en exponer al siervo a situaciones de sufrimiento.
La obediencia no se aprende en un aula o leyendo un libro acerca del tema. Se asimila en el contexto de las decisiones complejas que son parte de nuestra existencia terrenal. Y las oportunidades para el aprendizaje se multiplican cuando las decisiones a las que nos enfrentamos tienen mayor peso en el rumbo de nuestra vida.
No está en juego lo mismo cuando elijo qué canal de televisión voy a mirar, que cuando decido si voy a operarme o no de un cáncer. Cuanto más intensa y agónica sea la decisión, mayor será la oportunidad de aprender a ser obediente.
Para pensar.
¿Como esta tu corazón para obedecer al Señor?
El sufrimiento se presta de manera admirable para este proceso de aprendizaje, porque nos sentimos tentados a recorrer cualquier camino con tal de procurar el alivio que tanto anhelamos. Ante la multitud de opciones que ofrece una situación de sufrimiento, el escoger sujetarse a Dios, para hacer lo que él demanda de nosotros, deja un precioso rédito espiritual.
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