Interesante ejercicio
Interesante ejercicio
Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo, no sea que alguien caiga siguiendo el mismo ejemplo de desobediencia. Hebreos 4.11 NBLH
Ayer reflexionábamos sobre la manera en que Dios le enseñó a Cristo la obediencia por medio del sufrimiento (Hebreos 5.7).
La obediencia está relacionada con el uso responsable e inteligente de la libertad con la que hemos sido creados. Jesús se convirtió en el Sumo Sacerdote perfecto precisamente porque, tal como señala Pablo, se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2.8, NBLH).
El telón de fondo del libro de Hebreos es el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto. Dios permitió que su pueblo transitara por muchas pruebas para enseñarles obediencia. El triste resultado de este proceso lo resume el salmista: «Por cuarenta años Me repugnó aquella generación, Y dije: “Es un pueblo que se desvía en su corazón y no conocen Mis caminos”» (95.10, NBLH).
De allí se desprende la exhortación del texto de hoy: esforcémonos para no caer en el mismo espíritu de desobediencia que los condenó a morir en el desierto.
Quisiera proponerte que intentemos un interesante ejercicio. Imaginemos que la historia del pueblo, que leemos en Éxodo y Números, es otra. Supongamos que lograron pasar con éxito las pruebas que Dios permitió en sus vidas. ¿Cómo se leería el relato de su peregrinaje por el desierto?
Tomemos, por ejemplo, la primera gran prueba que enfrentaron, en la que se encontraron acorralados frente al mar Rojo. «Al acercarse Faraón, los Israelitas alzaron los ojos, y vieron que los egipcios marchaban tras ellos.
Entonces los Israelitas tuvieron mucho miedo y clamaron al SEÑOR» (Éxodo 14.10, NBLH).
Mas algunos de ellos se levantaron y dijeron:
«Pueblo de Israel, ¡No teman! El Señor prometió que nos llevaría a una tierra que fluye leche y miel, y eso hará, pues Dios no es hombre para no cumplir lo que promete». E inmediatamente el pueblo se calmó y comenzó a alabar al Señor por su grandeza.
O consideremos el momento en que arribaron a un lugar en el desierto en el que no había agua (Éxodo 17).
El pánico comenzó a correr por el pueblo, pero algunos valientes levantaron la voz y dijeron: «Hermanos nuestros, ¿por qué ceden ante el temor? ¿Acaso no ha sido bueno Dios con nosotros? El que nos ha provisto de maná y codornices ¿no podrá también darnos agua?». Entonces el pueblo se calmó y celebró con gozo que caminaba con un Dios que tenía cuidado de ellos.
¿Y qué si al regreso de los doce espías, el pueblo hubiera decidido alinearse con los dos que creyeron? «Entonces Caleb calmó al pueblo delante de Moisés, y dijo: “Debemos ciertamente subir y tomar posesión de ella, porque sin duda la conquistaremos”» (Números 13.30, NBLH). Y el pueblo creyó a Caleb, y hablaron de apedrear a los diez espías porque habían intentado desviar el corazón del pueblo hacia la rebeldía.
Para pensar.
Este ejercicio nos muestra que las historias en nuestra vida pueden tener otro desenlace. La prueba que llega para enseñarnos obediencia es una certeza. Cada uno, sin embargo, será artífice del desenlace que tiene cada situación. Crecer hacia la perfección depende de la decisión de permanecer firmes en la Palabra que hemos recibido.
Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo, no sea que alguien caiga siguiendo el mismo ejemplo de desobediencia. Hebreos 4.11 NBLH
Ayer reflexionábamos sobre la manera en que Dios le enseñó a Cristo la obediencia por medio del sufrimiento (Hebreos 5.7).
La obediencia está relacionada con el uso responsable e inteligente de la libertad con la que hemos sido creados. Jesús se convirtió en el Sumo Sacerdote perfecto precisamente porque, tal como señala Pablo, se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2.8, NBLH).
El telón de fondo del libro de Hebreos es el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto. Dios permitió que su pueblo transitara por muchas pruebas para enseñarles obediencia. El triste resultado de este proceso lo resume el salmista: «Por cuarenta años Me repugnó aquella generación, Y dije: “Es un pueblo que se desvía en su corazón y no conocen Mis caminos”» (95.10, NBLH).
De allí se desprende la exhortación del texto de hoy: esforcémonos para no caer en el mismo espíritu de desobediencia que los condenó a morir en el desierto.
Quisiera proponerte que intentemos un interesante ejercicio. Imaginemos que la historia del pueblo, que leemos en Éxodo y Números, es otra. Supongamos que lograron pasar con éxito las pruebas que Dios permitió en sus vidas. ¿Cómo se leería el relato de su peregrinaje por el desierto?
Tomemos, por ejemplo, la primera gran prueba que enfrentaron, en la que se encontraron acorralados frente al mar Rojo. «Al acercarse Faraón, los Israelitas alzaron los ojos, y vieron que los egipcios marchaban tras ellos.
Entonces los Israelitas tuvieron mucho miedo y clamaron al SEÑOR» (Éxodo 14.10, NBLH).
Mas algunos de ellos se levantaron y dijeron:
«Pueblo de Israel, ¡No teman! El Señor prometió que nos llevaría a una tierra que fluye leche y miel, y eso hará, pues Dios no es hombre para no cumplir lo que promete». E inmediatamente el pueblo se calmó y comenzó a alabar al Señor por su grandeza.
O consideremos el momento en que arribaron a un lugar en el desierto en el que no había agua (Éxodo 17).
El pánico comenzó a correr por el pueblo, pero algunos valientes levantaron la voz y dijeron: «Hermanos nuestros, ¿por qué ceden ante el temor? ¿Acaso no ha sido bueno Dios con nosotros? El que nos ha provisto de maná y codornices ¿no podrá también darnos agua?». Entonces el pueblo se calmó y celebró con gozo que caminaba con un Dios que tenía cuidado de ellos.
¿Y qué si al regreso de los doce espías, el pueblo hubiera decidido alinearse con los dos que creyeron? «Entonces Caleb calmó al pueblo delante de Moisés, y dijo: “Debemos ciertamente subir y tomar posesión de ella, porque sin duda la conquistaremos”» (Números 13.30, NBLH). Y el pueblo creyó a Caleb, y hablaron de apedrear a los diez espías porque habían intentado desviar el corazón del pueblo hacia la rebeldía.
Para pensar.
Este ejercicio nos muestra que las historias en nuestra vida pueden tener otro desenlace. La prueba que llega para enseñarnos obediencia es una certeza. Cada uno, sin embargo, será artífice del desenlace que tiene cada situación. Crecer hacia la perfección depende de la decisión de permanecer firmes en la Palabra que hemos recibido.
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