Sorprendente alegria

Sorprendente alegría

Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegría, porque Dios los había considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús.   Hechos 5.41

Los líderes religiosos de Jerusalén se encontraban ante un problema que se les escapaba de las manos. Seguramente habían pensado que con la muerte de Jesús el movimiento que él había impulsado perdería fuerza. Sus seguidores, sin embargo, habían asombrado al pueblo obrando los mismos milagros que se le atribuían al hombre de Galilea, y multitudes se convertían, día tras día, a esta nueva «secta».

Decidieron arrestar a Pedro y Juan. «Entonces el Concilio los amenazó aún más, pero finalmente los dejaron ir porque no sabían cómo castigarlos sin desatar un disturbio» (Hechos 4.21).

Ni bien los soltaron, ellos volvieron a reunirse con sus hermanos y pidieron, con unanimidad de espíritu, que el Señor les concediera valentía para seguir predicando a pesar de las amenazas que habían recibido.
Continuaron ministrando en los lugares públicos, tal como habían aprendido de su Maestro. Pronto fueron arrestados nuevamente, «pero un ángel del SEÑOR llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Luego les dijo: “¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje de vida!”» (Hechos 5.19-20). Y así lo hicieron. Ni bien amaneció, entraron al templo y comenzaron a ministrar.

La guardia del templo no tardó en llegar y volvieron a apresar a los apóstoles, con cierto temor, porque no lograban entender de qué manera habían escapado de la cárcel. Esta vez, sin embargo, el ambiente en el Concilio estaba cargado de furia. Algunos hablaban de ejecutar a los prisioneros, pero Gamaliel logró aplacar los ánimos con su sabio consejo. Los apóstoles, sin embargo, no salieron ilesos de esta situación; fueron sentenciados a recibir azotes.

La ley estipulaba que un israelita no debía recibir más de 40 azotes (Deuteronomio 25.3). Este límite, sin embargo, no debe haber importado mucho al considerar el atroz dolor que producía cada latigazo sobre la espalda expuesta de la víctima. Los látigos empleados solían tener pedazos de huesos atados a sus flecos, de manera que laceraban horriblemente la piel del prisionero.
Imagino que los discípulos terminaron con todas las vestimentas ensangrentadas por el castigo recibido. Lucas no nos ofrece ningún detalle de su condición, pero sí escoge resaltar la actitud con la que emprendieron el camino a casa: estaban llenos de gozo, no por lo que les había sucedido, sino porque se les había considerado dignos de sufrir del mismo modo que su Señor.

Esta clase de gozo requiere tener una perspectiva espiritual de la persecución. La misma es posible cuando entendemos que esta es la confirmación de que somos verdaderamente discípulos de Cristo. Revela que representamos una genuina amenaza para el enemigo, y demuestra, de manera clara y contundente, que el Espíritu glorioso de Dios reposa sobre nuestras vidas (1 Pedro 4.16). Por esto Pedro, quien fue uno de los protagonistas de este incidente, declara: «no es nada vergonzoso sufrir por ser cristianos. ¡Alaben a Dios por el privilegio de que los llamen por el nombre de Cristo!».

Para pensar.
«Dios los bendice a ustedes cuando la gente les hace burla y los persigue y miente acerca de ustedes y dice toda clase de cosas malas en su contra porque son mis seguidores». Mateo 5.11









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