Refrigerio espiritual
Refrigerio espiritual
Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor. Hechos 3.19 NBLH
Pocas experiencias producen una sensación de tan profundo alivio como la confesión de pecados. Es un proceso desagradable para la carne porque implica que uno debe humillarse y reconocer que actuó de manera contraria a lo que Dios espera de nosotros. El sinsabor que representa la confesión, sin embargo, se ve ampliamente recompensado por el alivio que produce no cargar más con la pesada mochila de la culpa.
La mejor descripción del agobio que resulta de no confesar los pecados, lo provee el salmista: «Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano» (32.3-4, NTV).
La misma sensación se presenta en el Salmo 31: «Ten misericordia de mí, SEÑOR, porque estoy angustiado. Las lágrimas me nublan la vista; mi cuerpo y mi alma se marchitan. Estoy muriendo de dolor; se me acortan los años por la tristeza. El pecado me dejó sin fuerzas; me estoy consumiendo por dentro» (vv. 9-10, NTV).
Estos textos nos ayudan a entender que el pecado no es meramente un asunto espiritual. Cuando se afianza en una vida, todo el ser sufre las consecuencias, incluyendo el cuerpo. David, que pasó muchos años en el desierto, compara la pérdida de energías con la veloz desaparición del agua ante el abrasador calor del sol. Los síntomas describen una sensación de pesadez que hace que todo en la vida resulte difícil, como quien intenta atravesar un espeso pantano. El progreso es lento y demasiado trabajoso.
Sin dudas, esta experiencia llevó a David a exhortarnos: «Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio» (32.6, NTV). Y es probable que Pedro también pensara en el profundo alivio que había traído a su vida el hecho de que el Señor no le hubiera echado en cara que lo negó tres veces.
Nuestro texto indica que este refrigerio espiritual proviene directamente del Señor. No es simplemente la consecuencia de ya no estar bajo la condenación de nuestra propia conciencia, sino el fruto de un renacimiento espiritual. El pecado impide que Dios trabaje en nuestras vidas y cierra la puerta al mover del Espíritu.
Cuando decidimos ponernos a cuenta con el Señor, el Espíritu recupera, una vez más, la libertad para moverse en nuestras vidas como él quiere. Puede retomar el trabajo de sanar, restaurar y afianzar en nosotros la obra redentora de Cristo. Por eso la confesión produce más que un alivio momentáneo. Tal como señala Pedro, le da paso a tiempos de renuevo similares a los que se viven durante la época de la primavera. Es un momento en que recuperamos el vigor espiritual y vuelve la pasión por todo aquello que se relaciona con nuestro caminar con Cristo.
Para pensar.
«Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el SEÑOR les borró la culpa de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia!» Salmo 32.2 NTV
Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor. Hechos 3.19 NBLH
Pocas experiencias producen una sensación de tan profundo alivio como la confesión de pecados. Es un proceso desagradable para la carne porque implica que uno debe humillarse y reconocer que actuó de manera contraria a lo que Dios espera de nosotros. El sinsabor que representa la confesión, sin embargo, se ve ampliamente recompensado por el alivio que produce no cargar más con la pesada mochila de la culpa.
La mejor descripción del agobio que resulta de no confesar los pecados, lo provee el salmista: «Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano» (32.3-4, NTV).
La misma sensación se presenta en el Salmo 31: «Ten misericordia de mí, SEÑOR, porque estoy angustiado. Las lágrimas me nublan la vista; mi cuerpo y mi alma se marchitan. Estoy muriendo de dolor; se me acortan los años por la tristeza. El pecado me dejó sin fuerzas; me estoy consumiendo por dentro» (vv. 9-10, NTV).
Estos textos nos ayudan a entender que el pecado no es meramente un asunto espiritual. Cuando se afianza en una vida, todo el ser sufre las consecuencias, incluyendo el cuerpo. David, que pasó muchos años en el desierto, compara la pérdida de energías con la veloz desaparición del agua ante el abrasador calor del sol. Los síntomas describen una sensación de pesadez que hace que todo en la vida resulte difícil, como quien intenta atravesar un espeso pantano. El progreso es lento y demasiado trabajoso.
Sin dudas, esta experiencia llevó a David a exhortarnos: «Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio» (32.6, NTV). Y es probable que Pedro también pensara en el profundo alivio que había traído a su vida el hecho de que el Señor no le hubiera echado en cara que lo negó tres veces.
Nuestro texto indica que este refrigerio espiritual proviene directamente del Señor. No es simplemente la consecuencia de ya no estar bajo la condenación de nuestra propia conciencia, sino el fruto de un renacimiento espiritual. El pecado impide que Dios trabaje en nuestras vidas y cierra la puerta al mover del Espíritu.
Cuando decidimos ponernos a cuenta con el Señor, el Espíritu recupera, una vez más, la libertad para moverse en nuestras vidas como él quiere. Puede retomar el trabajo de sanar, restaurar y afianzar en nosotros la obra redentora de Cristo. Por eso la confesión produce más que un alivio momentáneo. Tal como señala Pedro, le da paso a tiempos de renuevo similares a los que se viven durante la época de la primavera. Es un momento en que recuperamos el vigor espiritual y vuelve la pasión por todo aquello que se relaciona con nuestro caminar con Cristo.
Para pensar.
«Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el SEÑOR les borró la culpa de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia!» Salmo 32.2 NTV
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