Amonestación
Amonestación
Ahora bien, ustedes reyes, ¡actúen con sabiduría! ¡Quedan advertidos, ustedes gobernantes de la tierra! Sirvan al SEÑOR con temor reverente y alégrense con temblor. Salmo 2.10-11
David comenzó el salmo con una pregunta que revela su asombro ante la necedad de las naciones: «¿Por qué están tan enojadas las naciones? ¿Por qué pierden el tiempo en planes inútiles?».
Esa ira es el fruto de una convicción: la vida es horrible porque estamos sometidos a las sofocantes restricciones que Dios ha impuesto sobre nosotros. Debemos deshacernos de ellas y destrozar las cadenas que nos atan a perspectivas anticuadas e inapropiadas para los tiempos que vivimos. No queremos que nadie nos imponga ninguna limitación. Deseamos vivir libres.
Observamos que el Señor se ríe de esta ridícula pretensión. La encuentra divertida porque sabe que esta aparente emancipación simplemente conduce a una mayor esclavitud. La libertad que necesita el ser humano debe enmarcarse en los límites establecidos en el mismo momento de la creación. Esos límites le pusieron fin al caos y el vacío que existía antes de que el Espíritu de Dios se moviera sobre la faz de las aguas (Génesis 1.2).
Dios, por lo tanto, levanta a su propio Rey, quien disciplinará a las naciones con vara de hierro. La intención de esta disciplina es la redención. Por esto, en el texto de hoy, el salmista les habla directamente a los reyes y los gobernantes de la tierra. La llama a que actúen con inteligencia, a que reflexionen sobre las lecciones que encierra la disciplina del Señor. Constituye un llamado a deponer la actitud de rebeldía para servir con temor reverente al Rey que está por encima de todos los reyes. El camino hacia la libertad no pasa por cortar los vínculos con el Señor, sino en afianzarlos.
La inclusión de las palabras «temor y temblor» en la exhortación dejan en claro que, al rebelarse, están jugando con fuego. Este no es un asunto para tomar con liviandad. La paciencia del Señor tiene un límite, pues cuando se enciende su ira no hay quien se mantenga en pie. Por esto: «Que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio» (Salmo 32.6).
¿Qué lección nos deja este salmo?
David concluye: «Honren al Hijo para que no se enoje y perezcan en el camino, pues puede inflamarse de repente Su ira. ¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él se refugian!» (v. 12, NBLH).
La palabra «honren», en hebreo, significa literalmente «besar una y otra vez». Nos trae a la memoria la figura del padre que besaba a su hijo perdido.
La devoción a Dios, que se traduce en una vida de obediencia, es lo que genera en el ser humano la más genuina experiencia de libertad. Refugiarse en el Señor es el secreto de una vida de plenitud, la misma que nos resulta tan esquiva cuando la buscamos por nuestros propios medios.
Para pensar y orar.
Es bueno que pensemos en nuestros gobernantes y pidámosle a Dios que les hable como hizo un día con pablo bajo un de repente lo tiro del caballo.
Oremos
Señor, rindo a tus pies los temores que me produce ser controlado. Declaro que es bueno que tú seas mi Señor, que dirijas mis pasos y me enseñes a vivir. Enséñame a amar tus caminos.
Ahora bien, ustedes reyes, ¡actúen con sabiduría! ¡Quedan advertidos, ustedes gobernantes de la tierra! Sirvan al SEÑOR con temor reverente y alégrense con temblor. Salmo 2.10-11
David comenzó el salmo con una pregunta que revela su asombro ante la necedad de las naciones: «¿Por qué están tan enojadas las naciones? ¿Por qué pierden el tiempo en planes inútiles?».
Esa ira es el fruto de una convicción: la vida es horrible porque estamos sometidos a las sofocantes restricciones que Dios ha impuesto sobre nosotros. Debemos deshacernos de ellas y destrozar las cadenas que nos atan a perspectivas anticuadas e inapropiadas para los tiempos que vivimos. No queremos que nadie nos imponga ninguna limitación. Deseamos vivir libres.
Observamos que el Señor se ríe de esta ridícula pretensión. La encuentra divertida porque sabe que esta aparente emancipación simplemente conduce a una mayor esclavitud. La libertad que necesita el ser humano debe enmarcarse en los límites establecidos en el mismo momento de la creación. Esos límites le pusieron fin al caos y el vacío que existía antes de que el Espíritu de Dios se moviera sobre la faz de las aguas (Génesis 1.2).
Dios, por lo tanto, levanta a su propio Rey, quien disciplinará a las naciones con vara de hierro. La intención de esta disciplina es la redención. Por esto, en el texto de hoy, el salmista les habla directamente a los reyes y los gobernantes de la tierra. La llama a que actúen con inteligencia, a que reflexionen sobre las lecciones que encierra la disciplina del Señor. Constituye un llamado a deponer la actitud de rebeldía para servir con temor reverente al Rey que está por encima de todos los reyes. El camino hacia la libertad no pasa por cortar los vínculos con el Señor, sino en afianzarlos.
La inclusión de las palabras «temor y temblor» en la exhortación dejan en claro que, al rebelarse, están jugando con fuego. Este no es un asunto para tomar con liviandad. La paciencia del Señor tiene un límite, pues cuando se enciende su ira no hay quien se mantenga en pie. Por esto: «Que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio» (Salmo 32.6).
¿Qué lección nos deja este salmo?
David concluye: «Honren al Hijo para que no se enoje y perezcan en el camino, pues puede inflamarse de repente Su ira. ¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él se refugian!» (v. 12, NBLH).
La palabra «honren», en hebreo, significa literalmente «besar una y otra vez». Nos trae a la memoria la figura del padre que besaba a su hijo perdido.
La devoción a Dios, que se traduce en una vida de obediencia, es lo que genera en el ser humano la más genuina experiencia de libertad. Refugiarse en el Señor es el secreto de una vida de plenitud, la misma que nos resulta tan esquiva cuando la buscamos por nuestros propios medios.
Para pensar y orar.
Es bueno que pensemos en nuestros gobernantes y pidámosle a Dios que les hable como hizo un día con pablo bajo un de repente lo tiro del caballo.
Oremos
Señor, rindo a tus pies los temores que me produce ser controlado. Declaro que es bueno que tú seas mi Señor, que dirijas mis pasos y me enseñes a vivir. Enséñame a amar tus caminos.
No Comments