Son confiables
¡Son confiables!
Las promesas del SEÑOR son puras como la plata refinada en el horno, purificada siete veces. Salmo 12.6
El proceso de encontrar un nuevo lugar para arrendar nos da a entender que el camino a recorrer es complejo porque vivimos en una cultura donde la deshonestidad se practica en todos los ámbitos.
Alguien llama a su trabajo para decir que está enfermo, por ejemplo, pero en realidad salió a hacer compras. Otra persona pide que le cedan el primer lugar en una fila porque «hace poco me operaron», pero en realidad simplemente se está aprovechando de la buena voluntad de la gente.
Un tercero llama a su seguro para decir que le robaron el auto, pero en realidad lo llevó lejos de la ciudad y lo abandonó sobre una carretera poco transitada.
Rodeados por esta cultura, entonces, el dueño de una casa asume que un potencial inquilino está mintiendo acerca de sus ingresos, a menos que pueda demostrar lo contrario.
El resultado es que cada vez se pide más documentación a quien está buscando una vivienda para arrendar, convirtiendo lo que debería ser un proceso relativamente sencillo en una verdadera pesadilla.
El salmista clama a Dios: «Auxilio, oh SEÑOR, porque los justos desaparecen con rapidez» (v. 1). Se encuentra en un entorno similar al nuestro. «Los vecinos se mienten unos a otros: se halagan con la lengua y se engañan con el corazón.
Que el SEÑOR les corte esos labios aduladores y silencie sus lenguas jactanciosas. “Mintamos todo lo que queramos”, dicen. “Son nuestros los labios; ¿quién puede detenernos?”» (vv. 2-4).
En medio de ese entorno, el Señor responde señalando que ha percibido la violencia contra los indefensos y oído el gemir de los pobres (v. 5). Ha decidido levantarse para hacer algo al respecto. Y es en ese contexto que el salmista inserta la declaración que conforma nuestro texto para este día.
Las Escrituras echan mano, una vez más, de la herramienta del contraste para remarcar el peso de una verdad. Compara las promesas del Señor con la plata refinada siete veces en el horno. Hemos considerado, en otra reflexión, los procesos por los que se separaba un metal precioso de las impurezas que lo rodeaban.
Generalmente no hacía falta pasarlo por el fuego más que una o dos veces. Al mencionar que las promesas han sido refinadas siete veces nos está indicando que no queda ni una pizca de impureza en ellas. ¡Ni siquiera una molécula!
La conclusión de esta declaración es clara:
«Por lo tanto, SEÑOR, sabemos que protegerás a los oprimidos; los guardarás para siempre de esta generación mentirosa» (v. 7).
El saber es una certeza tan firme como declarar que mañana la oscuridad de la noche dará paso a la luz del día. Se sabe, sin reservas ni titubeos. Es una llamativa convicción en medio de una cultura donde la mentira es moneda corriente. Nuestra convicción descansa sobre la intención del que promete, que es tan pura como la plata pasada por el fuego ¡siete veces!
Para pensar.
«Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante “¡sí!”, y por medio de Cristo, nuestro “amén” (que significa “sí”) se eleva a Dios para su gloria». 2 Corintios 1.20
Las promesas del SEÑOR son puras como la plata refinada en el horno, purificada siete veces. Salmo 12.6
El proceso de encontrar un nuevo lugar para arrendar nos da a entender que el camino a recorrer es complejo porque vivimos en una cultura donde la deshonestidad se practica en todos los ámbitos.
Alguien llama a su trabajo para decir que está enfermo, por ejemplo, pero en realidad salió a hacer compras. Otra persona pide que le cedan el primer lugar en una fila porque «hace poco me operaron», pero en realidad simplemente se está aprovechando de la buena voluntad de la gente.
Un tercero llama a su seguro para decir que le robaron el auto, pero en realidad lo llevó lejos de la ciudad y lo abandonó sobre una carretera poco transitada.
Rodeados por esta cultura, entonces, el dueño de una casa asume que un potencial inquilino está mintiendo acerca de sus ingresos, a menos que pueda demostrar lo contrario.
El resultado es que cada vez se pide más documentación a quien está buscando una vivienda para arrendar, convirtiendo lo que debería ser un proceso relativamente sencillo en una verdadera pesadilla.
El salmista clama a Dios: «Auxilio, oh SEÑOR, porque los justos desaparecen con rapidez» (v. 1). Se encuentra en un entorno similar al nuestro. «Los vecinos se mienten unos a otros: se halagan con la lengua y se engañan con el corazón.
Que el SEÑOR les corte esos labios aduladores y silencie sus lenguas jactanciosas. “Mintamos todo lo que queramos”, dicen. “Son nuestros los labios; ¿quién puede detenernos?”» (vv. 2-4).
En medio de ese entorno, el Señor responde señalando que ha percibido la violencia contra los indefensos y oído el gemir de los pobres (v. 5). Ha decidido levantarse para hacer algo al respecto. Y es en ese contexto que el salmista inserta la declaración que conforma nuestro texto para este día.
Las Escrituras echan mano, una vez más, de la herramienta del contraste para remarcar el peso de una verdad. Compara las promesas del Señor con la plata refinada siete veces en el horno. Hemos considerado, en otra reflexión, los procesos por los que se separaba un metal precioso de las impurezas que lo rodeaban.
Generalmente no hacía falta pasarlo por el fuego más que una o dos veces. Al mencionar que las promesas han sido refinadas siete veces nos está indicando que no queda ni una pizca de impureza en ellas. ¡Ni siquiera una molécula!
La conclusión de esta declaración es clara:
«Por lo tanto, SEÑOR, sabemos que protegerás a los oprimidos; los guardarás para siempre de esta generación mentirosa» (v. 7).
El saber es una certeza tan firme como declarar que mañana la oscuridad de la noche dará paso a la luz del día. Se sabe, sin reservas ni titubeos. Es una llamativa convicción en medio de una cultura donde la mentira es moneda corriente. Nuestra convicción descansa sobre la intención del que promete, que es tan pura como la plata pasada por el fuego ¡siete veces!
Para pensar.
«Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante “¡sí!”, y por medio de Cristo, nuestro “amén” (que significa “sí”) se eleva a Dios para su gloria». 2 Corintios 1.20
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