Inconcebible grandeza
Inconcebible grandeza
Cuenta las estrellas y llama a cada una por su nombre. ¡Qué grande es nuestro Señor! ¡Su poder es absoluto! ¡Su comprensión supera todo entendimiento! Salmo 147.4-5
Este salmo comienza con tres exclamaciones: «¡Alabado sea el SEÑOR! ¡Qué bueno es cantar alabanzas a nuestro Dios! ¡Qué agradable y apropiado!» (v. 1).
Al declarar que es bueno y apropiado alabar al Señor el salmista no está pensando en los beneficios que nos deja a nosotros esa disciplina. Más bien nos indica que esta es la única respuesta que cabe al considerar la magnificencia de Dios. Esa magnificencia gira en torno a las acciones que lleva a cabo, entre las cuales se encuentra la que describe el texto que hoy nos ocupa.
Cuando miramos hacia el cielo, la inmensidad de esa bóveda estrellada despierta una sensación de fascinación deslumbrante. No logramos entender la profundidad de la belleza que expresan las estrellas desplegadas en todo su esplendor sobre el telón oscuro de la noche.
Cuando éramos niños y desconocíamos por completo nuestras limitaciones, intentábamos contarlas. Pronto nos rendíamos, pues eran demasiadas. Al astrónomo profesional, que cuenta con poderosos telescopios, le resulta aún más difícil la tarea, pues con la ayuda de estos aparatos se ven millones de estrellas que no se pueden ver a simple vista. No obstante, la ventaja del telescopio, los astrónomos apelan a fórmulas matemáticas para arrimarse a una estimación de cuántas estrellas contiene el universo.
Según sus cálculos, nuestra propia galaxia contiene alrededor de mil millones de estrellas. La observación del universo con el más sofisticado telescopio que haya construido el ser humano revela alrededor de 5500 galaxias parecidas a la nuestra. Según la estimación de los científicos, sin embargo, el universo estaría compuesto de diez trillones de galaxias. Esto nos daría una cifra aproximada de 1.000.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas, ¡un número que ni siquiera podemos leer!
El salmista señala que el Señor sabe exactamente cuántas estrellas contiene el universo. ¡Y no solamente esto! Le ha dado un nombre diferente a cada una de ellas, aunque a nuestros ojos todas se vean iguales. Poseer semejante capacidad resulta absolutamente incomprensible para nosotros.
No obstante, esa increíble grandeza, este mismo Dios es el que «sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas» (v. 3), el que «sostiene a los humildes» (v. 6), el que «se deleita en los que le temen, en los que ponen su esperanza en su amor inagotable» (v. 11).
¿No sientes que la alabanza brota a borbotones, en tu interior, al leer acerca de quién es este Dios en quien hemos creído?
Contemplar la grandeza del Señor vuelve a ubicar todos los desafíos, las dificultades y los problemas que enfrentamos en su justa dimensión. ¿Qué complicación le pueden representar nuestros asuntos a un Dios que conoce, por nombre, cada una de las estrellas del universo?
Para pensar y alabar.
«Canta al Señor toda la creación. Honra, poder, majestad sea al Rey. Montes caerán y el mar rugirá al sonar de tu nombre. Canto con gozo al mirar tu poder. Por siempre yo te amare y diré: incomparables promesas me das, Señor». Darlene Zschech[28]
Cuenta las estrellas y llama a cada una por su nombre. ¡Qué grande es nuestro Señor! ¡Su poder es absoluto! ¡Su comprensión supera todo entendimiento! Salmo 147.4-5
Este salmo comienza con tres exclamaciones: «¡Alabado sea el SEÑOR! ¡Qué bueno es cantar alabanzas a nuestro Dios! ¡Qué agradable y apropiado!» (v. 1).
Al declarar que es bueno y apropiado alabar al Señor el salmista no está pensando en los beneficios que nos deja a nosotros esa disciplina. Más bien nos indica que esta es la única respuesta que cabe al considerar la magnificencia de Dios. Esa magnificencia gira en torno a las acciones que lleva a cabo, entre las cuales se encuentra la que describe el texto que hoy nos ocupa.
Cuando miramos hacia el cielo, la inmensidad de esa bóveda estrellada despierta una sensación de fascinación deslumbrante. No logramos entender la profundidad de la belleza que expresan las estrellas desplegadas en todo su esplendor sobre el telón oscuro de la noche.
Cuando éramos niños y desconocíamos por completo nuestras limitaciones, intentábamos contarlas. Pronto nos rendíamos, pues eran demasiadas. Al astrónomo profesional, que cuenta con poderosos telescopios, le resulta aún más difícil la tarea, pues con la ayuda de estos aparatos se ven millones de estrellas que no se pueden ver a simple vista. No obstante, la ventaja del telescopio, los astrónomos apelan a fórmulas matemáticas para arrimarse a una estimación de cuántas estrellas contiene el universo.
Según sus cálculos, nuestra propia galaxia contiene alrededor de mil millones de estrellas. La observación del universo con el más sofisticado telescopio que haya construido el ser humano revela alrededor de 5500 galaxias parecidas a la nuestra. Según la estimación de los científicos, sin embargo, el universo estaría compuesto de diez trillones de galaxias. Esto nos daría una cifra aproximada de 1.000.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas, ¡un número que ni siquiera podemos leer!
El salmista señala que el Señor sabe exactamente cuántas estrellas contiene el universo. ¡Y no solamente esto! Le ha dado un nombre diferente a cada una de ellas, aunque a nuestros ojos todas se vean iguales. Poseer semejante capacidad resulta absolutamente incomprensible para nosotros.
No obstante, esa increíble grandeza, este mismo Dios es el que «sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas» (v. 3), el que «sostiene a los humildes» (v. 6), el que «se deleita en los que le temen, en los que ponen su esperanza en su amor inagotable» (v. 11).
¿No sientes que la alabanza brota a borbotones, en tu interior, al leer acerca de quién es este Dios en quien hemos creído?
Contemplar la grandeza del Señor vuelve a ubicar todos los desafíos, las dificultades y los problemas que enfrentamos en su justa dimensión. ¿Qué complicación le pueden representar nuestros asuntos a un Dios que conoce, por nombre, cada una de las estrellas del universo?
Para pensar y alabar.
«Canta al Señor toda la creación. Honra, poder, majestad sea al Rey. Montes caerán y el mar rugirá al sonar de tu nombre. Canto con gozo al mirar tu poder. Por siempre yo te amare y diré: incomparables promesas me das, Señor». Darlene Zschech[28]
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