En el desierto

En el desierto

Por tanto, voy a seducirla, llevarla al desierto, y hablarle al corazón.  
Oseas 2.14 NBLH


El mensaje del profeta Oseas es para una nación que se ha prostituido con muchos amantes. Dios llamó a Oseas a padecer el adulterio en carne propia, para entender la gravedad del pecado de Israel. Podía proclamar de corazón el mensaje recibido porque él mismo había convivido con una esposa entregada a la prostitución.

Entendía lo que era amar sin ser correspondido, o sacrificarse por alguien solamente para cosechar ingratitud o indiferencia. Para su infiel esposa, otros hombres siempre resultaban más apetecibles que el infeliz Oseas.

En medio del reiterado adulterio de Israel, el Señor se acerca con este sorprendente mensaje: «Voy a seducirla, llevarla al desierto, y hablarle al corazón».
El plan, que contradice todos los impulsos de nuestro mezquino corazón, mantiene la coherencia con el insistente amor de un Dios que rehúsa darse por vencido. Él es el más obstinado de los amantes; no entiende de desagravios, ofensas, insultos o escarnios.

En lo personal, me llama la atención esta frase: «Voy a... llevarla al desierto». ¿Por qué al desierto?
¿Por qué no a un lugar más romántico y bello?
Precisamente, porque anda en pos de una mujer que continuamente se distrae, diciendo: «Iré tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida» (v. 5).

El desierto es un lugar árido, infecundo, desprovisto de lo más esencial para sustentar la vida. Carece del pan, del agua, de la lana, del lino, del aceite y de las bebidas que tan rápidamente seducían a esta mujer en la ciudad. Allí no tendrá más opción que prestarle atención a su verdadero marido.
Algún comentarista ha observado que la razón por la que Dios condujo a Israel al desierto, cuando pudo haber llegado a la Tierra Prometida en menos de dos semanas, se debe a la necesidad de que Israel atravesara por este proceso de purificación. Debían no solamente salir de Egipto físicamente, sino también vivir esa experiencia que les permitiría desalojar a Egipto de sus corazones. Y no resultó innecesario el camino que había escogido el Señor. Cada vez que se encontraban en problemas, volvían la mirada, con nostalgia, hacia el país donde habían sido esclavos.

En ocasiones, nosotros también somos conducidos al desierto. Vienen a nuestra vida tiempos en los que todo aquello que nos entusiasmaba y seducía pierde su atractivo, y la vida se torna gris e insulsa. Nos identificamos con la multitud de figuras, en la historia del pueblo de Dios, que fueron también purificadas intensamente en el desierto.

El Señor mismo ha tocado nuestro entorno para que elevemos la mirada hacia la fuente de vida. Si descubrimos que estábamos perdiendo el tiempo en vanidades, habremos accedido a una valiosa revelación. Si lo abrazamos a él, habremos comenzado a vivir.

Para penar
Señor, dame la capacidad para escuchar tus tiernas invitaciones en cada una de las pruebas que me toca atravesar. Concede que las dificultades sean mis mejores aliadas en la búsqueda de una vida de mayor confianza en ti.







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