Enemigo invisible
Enemigo invisible
Pero si no cumplen su palabra, entonces habrán pecado contra el SEÑOR y estén seguros de que su pecado los alcanzará. Números 32.23
Cuando Josué se enteró de la derrota que habían sufrido sus hombres ante el pueblo de Hai, rasgó sus vestiduras, se echó polvo sobre la cabeza y entró en duelo. Su respuesta instintiva ante la crisis que se había precipitado fue la de elevar al Señor un reproche: «Y Josué dijo: “¡Ah, Señor DIOS! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos después en manos de los Amorreos y destruirnos? ¡Ojalá nos hubiéramos propuesto habitar al otro lado del Jordán!”» (Josué 7.7, NBLH).
Creyó que, de alguna manera, el Señor era responsable de la derrota y debía hacerse cargo de la situación.
Josué actuó por ignorancia. Esto no justifica su reacción, pero sí nos ayuda a entender por qué fue tan rápido en expresar al Señor su reclamo. Con la información que él poseía en ese momento, todo indicaba que los israelitas habían actuado correctamente. No dudó, entonces, en buscar la razón de la derrota por otro lado.
La respuesta del Señor lo debe haber sorprendido. Habían sido derrotados porque Dios ya no los acompañaba en la conquista. Y la razón por la que había dejado de acompañarlos era que el pueblo había pecado.
El versículo de hoy expresa una verdad incontrovertible acerca del pecado. Cuando se instala en nuestra vida, los resultados son tan inevitables como la salida del sol cada mañana. Es decir, no existe una situación en la que el pecado no deje secuelas en nuestra vida. La ley de la vida espiritual establece que toda acción contraria a la voluntad de Dios siempre tiene consecuencias adversas para el ser humano. No existen excepciones a esta regla.
Podríamos argumentar que Josué desconocía la presencia del pecado en el pueblo, por lo que se le podría considerar inocente; sin embargo, la ley del pecado es inapelable. Cuando el pecado se instala en la vida, las consecuencias no tardarán en sentirse. Y precisamente por la naturaleza engañosa y sigilosa del pecado, muchas veces no nos damos cuenta de que se ha instalado en nuestro corazón.
Al igual que un cáncer maligno que anida silenciosamente en algún rincón de nuestro organismo, el pecado no siempre anuncia su llegada con bombos y platillos.
El discípulo sabio debe tener absoluta certeza de que el pecado siempre va a neutralizar su ministerio; nunca estará libre de esta posibilidad. Pero también debe recordar que el pecado, por su misma naturaleza engañosa, es difícil de detectar. Por esto, será necesaria la ayuda del Señor a cada paso. Aunque no sea consciente de la existencia de algún pecado en su vida, igualmente debe tomarse el tiempo para que Dios examine su corazón y revele lo que puede estar escondido allí. Solamente por medio de la mirada punzante del Altísimo podrá descubrir la presencia de un enemigo que puede echar por tierra sus mejores esfuerzos por avanzar en el reino de Dios.
Para pensar
«¡Escuchen! El brazo del SEÑOR no es demasiado débil para no salvarlos, ni su oído demasiado sordo para no oír su clamor. Son sus pecados los que los han separado de Dios. A causa de esos pecados, él se alejó y ya no los escuchará». Isaías 59.1-2
Pero si no cumplen su palabra, entonces habrán pecado contra el SEÑOR y estén seguros de que su pecado los alcanzará. Números 32.23
Cuando Josué se enteró de la derrota que habían sufrido sus hombres ante el pueblo de Hai, rasgó sus vestiduras, se echó polvo sobre la cabeza y entró en duelo. Su respuesta instintiva ante la crisis que se había precipitado fue la de elevar al Señor un reproche: «Y Josué dijo: “¡Ah, Señor DIOS! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos después en manos de los Amorreos y destruirnos? ¡Ojalá nos hubiéramos propuesto habitar al otro lado del Jordán!”» (Josué 7.7, NBLH).
Creyó que, de alguna manera, el Señor era responsable de la derrota y debía hacerse cargo de la situación.
Josué actuó por ignorancia. Esto no justifica su reacción, pero sí nos ayuda a entender por qué fue tan rápido en expresar al Señor su reclamo. Con la información que él poseía en ese momento, todo indicaba que los israelitas habían actuado correctamente. No dudó, entonces, en buscar la razón de la derrota por otro lado.
La respuesta del Señor lo debe haber sorprendido. Habían sido derrotados porque Dios ya no los acompañaba en la conquista. Y la razón por la que había dejado de acompañarlos era que el pueblo había pecado.
El versículo de hoy expresa una verdad incontrovertible acerca del pecado. Cuando se instala en nuestra vida, los resultados son tan inevitables como la salida del sol cada mañana. Es decir, no existe una situación en la que el pecado no deje secuelas en nuestra vida. La ley de la vida espiritual establece que toda acción contraria a la voluntad de Dios siempre tiene consecuencias adversas para el ser humano. No existen excepciones a esta regla.
Podríamos argumentar que Josué desconocía la presencia del pecado en el pueblo, por lo que se le podría considerar inocente; sin embargo, la ley del pecado es inapelable. Cuando el pecado se instala en la vida, las consecuencias no tardarán en sentirse. Y precisamente por la naturaleza engañosa y sigilosa del pecado, muchas veces no nos damos cuenta de que se ha instalado en nuestro corazón.
Al igual que un cáncer maligno que anida silenciosamente en algún rincón de nuestro organismo, el pecado no siempre anuncia su llegada con bombos y platillos.
El discípulo sabio debe tener absoluta certeza de que el pecado siempre va a neutralizar su ministerio; nunca estará libre de esta posibilidad. Pero también debe recordar que el pecado, por su misma naturaleza engañosa, es difícil de detectar. Por esto, será necesaria la ayuda del Señor a cada paso. Aunque no sea consciente de la existencia de algún pecado en su vida, igualmente debe tomarse el tiempo para que Dios examine su corazón y revele lo que puede estar escondido allí. Solamente por medio de la mirada punzante del Altísimo podrá descubrir la presencia de un enemigo que puede echar por tierra sus mejores esfuerzos por avanzar en el reino de Dios.
Para pensar
«¡Escuchen! El brazo del SEÑOR no es demasiado débil para no salvarlos, ni su oído demasiado sordo para no oír su clamor. Son sus pecados los que los han separado de Dios. A causa de esos pecados, él se alejó y ya no los escuchará». Isaías 59.1-2
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