Que locura

¡Qué locura!

Me complazco en las debilidades, en insultos (maltratos), en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.   2 Corintios 12.10 NBLH


Los conceptos que han echado raíz en la iglesia en los últimos cincuenta años tornan incomprensibles las palabras de Pablo. Todo nuestro esfuerzo, en la presente cultura, está orientado hacia el afán de esconder nuestras debilidades, disimular nuestras flaquezas y ocultar nuestras luchas.

En lo personal, me sentiría mucho más cómodo si el apóstol hubiera cambiado la expresión «complazco en» por «soporto». Es decir, para que el poder de Cristo se manifieste en mi vida estoy dispuesto a soportar toda clase de dificultades.

Es que soy conocedor de cuánto cuesta aceptar las dificultades que son ingredientes inseparables de la vida. En medio de las pruebas lucho con el desánimo, el fastidio, la auto conmiseración y la fatiga.

Me esfuerzo por cultivar una actitud que honra al Señor, pero no siempre logro ese objetivo.
Si a mí tanto me cuesta, ¿cómo es que Pablo puede decir que se «complace» en privaciones? ¿Será que existe aquí algún error de traducción? Acudo a un léxico del Nuevo Testamento y descubro esta definición de la palabra griega: «Deleitarse en, complacerse en, estar contento o satisfecho, preferir, decidir, escoger». De hecho, la Nueva Traducción Viviente suena aún más alocada: «Es por esto que me deleito en mis debilidades».

Descarto la opción de un error de traducción. Aunque suene a locura, el apóstol afirmaba que, si dependiera de él, preferiría una vida repleta de fragilidades, insultos, privaciones, persecuciones y angustias, a una vida de fortaleza, armonía, abundancia, adulación y euforias.
¿Cómo se puede entender semejante declaración?
La verdad es que no se puede comprender. La frase se resiste al análisis, pero no a la experiencia. Pablo había comenzado a percibir, en su vida, un patrón. En cada situación donde había experimentado dificultades la gracia de Dios se había manifestado con mayor intensidad. Y quien ha gustado de la gracia de lo alto ha comprobado que nos permite avanzar en desafíos en los que la carne no ha adelantado siquiera un centímetro. Por lo que había vivido, el apóstol podía afirmar, sin temor a equivocarse, que ser debilitado era lo mejor que le podía pasar en el ministerio.

¡Qué lástima que perdamos tanto tiempo tratando de disimular o esconder nuestra frágil condición!
Cuanto más esfuerzo invertimos en ocultar nuestra verdadera condición, más se apaga en nosotros la gracia que tanto necesitamos para llevar adelante los proyectos de Dios.
Pregunto yo:
¿No será hora de que nos deleitemos en, complazcamos en, estemos contentos o satisfechos con, prefiramos, nos decidamos por y escojamos el camino de la debilidad?
¡Quién sabe lo que podría llegar a ocurrir en los ministerios que se nos han confiado!

Para pensar
«En tres ocasiones distintas, le supliqué al Señor que me la quitara [una espina]. Cada vez él me dijo: “Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad”. Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí». 2 Corintios 12.8-9 NTV







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