Mentes disciplinadas

Mentes disciplinadas

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado.   Isaías 26.3 RVR95
 
Me gusta la forma en la que se traduce en la versión Reina Valera 1995. Me ayuda, de manera muy clara, a entender que las batallas más intensas de la vida se ganan o se pierden en el plano de la mente.

Es un tema que aborda con frecuencia el apóstol Pablo. En Romanos 8, por ejemplo, señala que «los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz. La mente puesta en la carne es enemiga de Dios porque no se sujeta a la Ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios» (vv. 5-8, NBLH).

La completa paz que describe Isaías está condicionada a una realidad: debemos encontrar la forma en que nuestros pensamientos perseveren en Dios. La palabra que escoge el profeta —perseverar— nos anima a creer que el estado caótico de nuestros pensamientos puede ser alterado.

Esta observación comunica una enorme sensación de alivio. La falta de disciplina que caracteriza nuestros pensamientos revela con cuánta facilidad la mente se acostumbra a deambular de aquí para allá, sin que nosotros logremos imponerle alguna restricción. Nos sentimos tentados a rendirnos ante la ilusión de que nuestra mente posee vida propia, separada de nuestra voluntad.

La obstinación de ciertos patrones de pensamiento solamente sirve para afianzar en nosotros la sensación de que esta es una batalla que no podemos ganar. No obstante, el profeta sostiene que es posible anclar con tal firmeza nuestros pensamientos a la persona de Dios que la intensa lucha que normalmente acompaña nuestra vida interior se vea desplazada por un estado de deliciosa quietud y paz.

El proceso que debemos recorrer para alcanzar este estado no es sencillo. La ley de la vida indica que sujetar la mente requiere la misma disciplina y esfuerzo que son necesarios para alcanzar un buen estado físico. No existen aquí los atajos ni las fórmulas mágicas.

Nada ilustra mejor esta realidad que la imagen de Jesús, en agonía de espíritu, en Getsemaní. Allí, Cristo busca resistirse a la tentación de ceder a los impulsos de su propia voluntad, para sujetar el espíritu a la soberana voluntad de su Padre. La batalla fue tan fuerte que debió regresar tres veces, y «ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte» (Hebreos 5.7, NTV).

Cuando Jesús se encaminó hacia la cruz, lo hizo en completa paz. Su lucha había terminado. El Señor se revistió de esa mansedumbre que es el fruto inequívoco de haber escogido fijar los pensamientos en Dios.

Para pensar
«Lo que ocupa nuestros pensamientos cuando tenemos tiempo para pensar en lo que queremos, es lo que somos o lo que pronto seremos». A. W. Tozer







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