Ignorancia dañina
Ignorancia dañina
Pero todo esto les harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Juan 15.21 RVC
Durante su peregrinaje terrenal, Jesús consideró necesario advertirles a sus seguidores, una y otra vez, que la identificación con su persona constituía el compromiso de darle la espalda a los sistemas que gobiernan los asuntos del ser humano. Esta postura no pasaría desapercibida por vecinos, compañeros de trabajo, amigos y parientes. Muchos de ellos optarían por combatir a los discípulos por su lealtad hacia el Hijo de Dios.
Entre aquellos que se les oponían, nadie lo haría con tanto celo y empeño como los mismos líderes religiosos que se consideraban los legítimos defensores de los intereses de Dios en la Tierra. Ellos fueron los que acosaron, incesantemente, a Jesús a lo largo de sus tres años de ministerio.
Al inicio, esta resistencia se limitó a meros cuestionamientos y críticas discretas. Con el pasar del tiempo, sin embargo, su pasión por defender el honor de Dios se convirtió en una campaña de desprestigio. Sus mejores esfuerzos no lograron mellar la creciente popularidad de Jesús, quien se veía acompañado por multitudes cada vez más numerosas. Con el paso del tiempo arribaron a la conclusión de que se necesitaban medidas mucho más drásticas, y comenzaron a tramar de qué manera podían deshacerse de esta figura que la gente, arrastrada por su ignorancia, consideraba un «mesías». Ante semejante blasfemia, solamente la muerte serviría para restaurar la gloria y honra del Dios de Israel.
A los discípulos les esperaba un camino parecido al de su Maestro: insultos, burlas, persecuciones y, aun, la muerte. Es llamativo, sin embargo, que Jesús advierta que la más severa persecución es el producto de no conocer el corazón del Padre. Es decir, aquellos que pretenden defender el buen nombre de Dios son los que menos lo conocen.
Resulta irónico porque ellos mismos consideraban que precisamente su profundo conocimiento del Todopoderoso avalaba su comportamiento. Las Escrituras, sin embargo, contradicen abiertamente estas actitudes de humillación, desprecio, descalificación, juicio y atropello. Aquel que envió a su Hijo no se identifica con, ni avala, esta forma de vivir la vida espiritual.
Jesús, el perseguido, es la persona que mejor revela el corazón del Padre. Hacemos bien en pasar mucho tiempo contemplando su figura, intentando descifrar el misterio de su persona, porque quien ha logrado ver con claridad al Mesías «ha visto al Padre» (Juan 14.9, NBLH). Y esta visión es esencial para que tratemos a quienes nos rodean con el respeto, la consideración, la ternura y la misericordia que constituyen los fundamentos del corazón amoroso de nuestro Padre celestial.
Un momento para considerar sus atributos quizás sea lo único necesario para no dejar un tendal de heridos por nuestro camino. No nos dejemos arrastrar por nuestra pasión. Permitamos que el Señor examine las motivaciones de nuestro corazón para que, en nuestro actuar, edifiquemos a aquellos con los que compartimos la vida.
Para pensar
«La sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está llena de compasión y del fruto de buenas acciones. No muestra favoritismo y siempre es sincera. Y los que procuran la paz sembrarán semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia». Santiago 3.17-18 NTV
Pero todo esto les harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Juan 15.21 RVC
Durante su peregrinaje terrenal, Jesús consideró necesario advertirles a sus seguidores, una y otra vez, que la identificación con su persona constituía el compromiso de darle la espalda a los sistemas que gobiernan los asuntos del ser humano. Esta postura no pasaría desapercibida por vecinos, compañeros de trabajo, amigos y parientes. Muchos de ellos optarían por combatir a los discípulos por su lealtad hacia el Hijo de Dios.
Entre aquellos que se les oponían, nadie lo haría con tanto celo y empeño como los mismos líderes religiosos que se consideraban los legítimos defensores de los intereses de Dios en la Tierra. Ellos fueron los que acosaron, incesantemente, a Jesús a lo largo de sus tres años de ministerio.
Al inicio, esta resistencia se limitó a meros cuestionamientos y críticas discretas. Con el pasar del tiempo, sin embargo, su pasión por defender el honor de Dios se convirtió en una campaña de desprestigio. Sus mejores esfuerzos no lograron mellar la creciente popularidad de Jesús, quien se veía acompañado por multitudes cada vez más numerosas. Con el paso del tiempo arribaron a la conclusión de que se necesitaban medidas mucho más drásticas, y comenzaron a tramar de qué manera podían deshacerse de esta figura que la gente, arrastrada por su ignorancia, consideraba un «mesías». Ante semejante blasfemia, solamente la muerte serviría para restaurar la gloria y honra del Dios de Israel.
A los discípulos les esperaba un camino parecido al de su Maestro: insultos, burlas, persecuciones y, aun, la muerte. Es llamativo, sin embargo, que Jesús advierta que la más severa persecución es el producto de no conocer el corazón del Padre. Es decir, aquellos que pretenden defender el buen nombre de Dios son los que menos lo conocen.
Resulta irónico porque ellos mismos consideraban que precisamente su profundo conocimiento del Todopoderoso avalaba su comportamiento. Las Escrituras, sin embargo, contradicen abiertamente estas actitudes de humillación, desprecio, descalificación, juicio y atropello. Aquel que envió a su Hijo no se identifica con, ni avala, esta forma de vivir la vida espiritual.
Jesús, el perseguido, es la persona que mejor revela el corazón del Padre. Hacemos bien en pasar mucho tiempo contemplando su figura, intentando descifrar el misterio de su persona, porque quien ha logrado ver con claridad al Mesías «ha visto al Padre» (Juan 14.9, NBLH). Y esta visión es esencial para que tratemos a quienes nos rodean con el respeto, la consideración, la ternura y la misericordia que constituyen los fundamentos del corazón amoroso de nuestro Padre celestial.
Un momento para considerar sus atributos quizás sea lo único necesario para no dejar un tendal de heridos por nuestro camino. No nos dejemos arrastrar por nuestra pasión. Permitamos que el Señor examine las motivaciones de nuestro corazón para que, en nuestro actuar, edifiquemos a aquellos con los que compartimos la vida.
Para pensar
«La sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está llena de compasión y del fruto de buenas acciones. No muestra favoritismo y siempre es sincera. Y los que procuran la paz sembrarán semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia». Santiago 3.17-18 NTV
No Comments