Los peligros del éxito

Los peligros del éxito

Pero cuando llegó a ser poderoso, Uzías también se volvió orgulloso, lo cual resultó en su ruina. Pecó contra el SEÑOR su Dios cuando entró al santuario del templo del SEÑOR y personalmente quemó incienso sobre el altar del incienso.   2 Crónicas 26.16

Ayer volví a leer la historia de Uzías. Los hechos de su reinado están relatados en 2 Crónicas 26. Reinó por cincuenta y dos años; un reinado largo y fructífero.
El texto nos dice que hizo lo recto ante los ojos de Dios (v. 4, NBLH), sin duda un comentario refrescante en medio de la perversa actitud de otros reyes de Israel. Persistió en buscar al Señor todos los días del ministerio de Zacarías (v. 5, NBLH) y, como resultado, Dios lo prosperó. Derrotó a los filisteos y a otros enemigos de Israel, edificó torres y cavó cisternas en el desierto, plantó viñas y trabajó el campo, acumulando gran cantidad de ganado. También desarrolló un ejército poderoso y moderno, equipado con armas que ninguna otra nación tenía. Luego de muchos años de reinado «su fama se extendió hasta muy lejos, porque fue ayudado en forma prodigiosa hasta que se hizo muy fuerte» (v. 15, NBLH).

El texto de hoy, sin embargo, introduce una nota triste a esta maravillosa historia. Los extraordinarios logros de toda una vida de esfuerzo y servicio a favor del pueblo acabaron afectando el equilibrio espiritual de Uzías. Terminó destruyendo, con sus prácticas abominables, todo aquello que había construido con tanto empeño.

Algo ocurre en el corazón de algunas personas que alcanzan la grandeza en los proyectos que se les confían. Comienzan a creer que son responsables de su propia prosperidad y pierden de vista que cada victoria es un regalo del cielo.

La soberbia, que siempre está presta a golpear la puerta de nuestra alma, los lleva a creer que no hay nada en la vida que no puedan alcanzar si así se lo proponen. Dejan de incluir a otros en sus proyectos y quienes los acompañan se convierten en meros instrumentos para servir exclusivamente a sus propios proyectos. La caída, tristemente, es solamente cuestión de tiempo.

Uzías creyó que su autoridad real le daba licencia aun para incursionar en el templo y ofrecer allí sacrificios. Los sacerdotes no pudieron impedir semejante atropello. Dios, sin embargo, lo frenó, enviando una lepra que consumió su cuerpo. Murió solo, completamente aislado del pueblo que había gobernado.
¿Cómo podremos luchar contra la soberbia que tan fácilmente se instala en nuestro corazón?
Se me ocurre que podemos ejercitarnos diariamente en levantar acciones de gracias a Dios por cada suceso en nuestra vida. Seamos rápidos en señalar al verdadero Autor de cada una de nuestras victorias. Imitemos el ejemplo de Pedro, cuando Cornelio se postró ante él: «Ponte de pie; yo también soy hombre» (Hechos 10.26, NBLH).

Para pensar
«Dios concede que sus siervos alcancen el éxito cuando ya no requieren el éxito para ser felices.
El hombre que se exulta ante el éxito y se derrumba frente al fracaso es carnal. En el mejor de los casos, su fruto tendrá una lombriz que lo consuma».







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