El tentador
«Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real».
2 Samuel 11:2
En aquella hora David vio a Betsabé. Nunca nos encontramos fuera del alcance de la tentación. Tanto en el hogar como fuera de él, estamos expuestos a encontrarnos con lo que nos incita a hacer el mal.
Empezamos la mañana con peligro y las sombras de la tarde nos hallan aún en él. Aquellos a quienes Dios guarda están bien guardados, ¡pero ay de quienes salen al mundo o se atreven a andar por sus propias casas desarmados!
Los que piensan estar más seguros son aquellos que se hallan más expuestos al peligro. El escudero del pecado es la confianza en nosotros mismos. David tenía que haber estado ocupado en librar las batallas del Señor; pero, en cambio, se quedó en Jerusalén y se entregó al descanso lujurioso, pues dice el texto que «al caer la tarde […] se levantó David de su lecho». La ociosidad y la molicie son los chacales del diablo que le consiguen abundante presa.
En las aguas estancadas abundan los microbios perniciosos y los terrenos sin cultivar pronto se cubren de espinos y de abrojos. ¡Dios nos conceda el amor de Cristo que «nos constriñe», para conservarnos activos y útiles!
El rey de Israel dejó perezosamente su lecho al caer la tarde y, enseguida, cayó en la tentación. Debo, pues, tener cuidado y vigilar diligentemente la puerta. ¿Es posible que el rey subiera al terrado de su casa para estar a solas y meditar? Si es así, ¡qué advertencia se nos da aquí a fin de que no consideremos ningún lugar, por más secreto que sea, como un santuario libre de pecado!
Mientras nuestros corazones sean como el yesquero y las chispas tantas, es necesario que utilicemos toda diligencia, en todos los lugares, para prevenir un incendio. Satanás puede subir a las azoteas y entrar a nuestras cámaras secretas y, aun cuando pudiésemos dejar fuera a ese demonio, nuestras propias corrupciones serían suficientes para labrar nuestra propia ruina, si la gracia no lo impidiera.
Para pensar:
Ten cuidado con las tentaciones de la tarde o de la noche
2 Samuel 11:2
En aquella hora David vio a Betsabé. Nunca nos encontramos fuera del alcance de la tentación. Tanto en el hogar como fuera de él, estamos expuestos a encontrarnos con lo que nos incita a hacer el mal.
Empezamos la mañana con peligro y las sombras de la tarde nos hallan aún en él. Aquellos a quienes Dios guarda están bien guardados, ¡pero ay de quienes salen al mundo o se atreven a andar por sus propias casas desarmados!
Los que piensan estar más seguros son aquellos que se hallan más expuestos al peligro. El escudero del pecado es la confianza en nosotros mismos. David tenía que haber estado ocupado en librar las batallas del Señor; pero, en cambio, se quedó en Jerusalén y se entregó al descanso lujurioso, pues dice el texto que «al caer la tarde […] se levantó David de su lecho». La ociosidad y la molicie son los chacales del diablo que le consiguen abundante presa.
En las aguas estancadas abundan los microbios perniciosos y los terrenos sin cultivar pronto se cubren de espinos y de abrojos. ¡Dios nos conceda el amor de Cristo que «nos constriñe», para conservarnos activos y útiles!
El rey de Israel dejó perezosamente su lecho al caer la tarde y, enseguida, cayó en la tentación. Debo, pues, tener cuidado y vigilar diligentemente la puerta. ¿Es posible que el rey subiera al terrado de su casa para estar a solas y meditar? Si es así, ¡qué advertencia se nos da aquí a fin de que no consideremos ningún lugar, por más secreto que sea, como un santuario libre de pecado!
Mientras nuestros corazones sean como el yesquero y las chispas tantas, es necesario que utilicemos toda diligencia, en todos los lugares, para prevenir un incendio. Satanás puede subir a las azoteas y entrar a nuestras cámaras secretas y, aun cuando pudiésemos dejar fuera a ese demonio, nuestras propias corrupciones serían suficientes para labrar nuestra propia ruina, si la gracia no lo impidiera.
Para pensar:
Ten cuidado con las tentaciones de la tarde o de la noche
No Comments