La escuela de Jesus
«Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras».
Lucas 24:45
Aquí encontramos a Jesús, a quien vimos anoche abriendo las Escrituras, abriéndoles el entendimiento a las personas. En la primera obra tiene muchos colaboradores, pero en la segunda permanece solo: muchos pueden llevar las Escrituras a la mente, pero solo Dios es capaz de preparar esta última para recibirlas.
Nuestro Señor Jesús difiere de todos los demás maestros en que, mientras que estos últimos llegan al oído, él instruye el corazón. Ellos se ocupan de la letra externa, pero él imparte un gusto interior por la verdad, por el cual percibimos el sabor y el espíritu de esta.
El más ignorante de los hombres llega a ser un perfecto erudito en la escuela de la gracia, cuando el Señor Jesús, por medio de su Santo Espíritu, le revela los misterios del Reino y le concede la divina unción por la cual lo capacita para contemplar lo invisible.
Si el Maestro ha abierto y capacitado nuestros sentidos, somos dichosos. ¡Cuántos hombres de profunda erudición ignoran las cosas eternas! Conocen, de la revelación, la letra que mata, pero no pueden discernir su espíritu que vivifica: tienen un velo sobre sus corazones que los ojos de la razón carnal no logran atravesar.
Nosotros, que ahora vemos, éramos una vez tan ciegos como ellos. La verdad era, para nosotros, como la belleza en la oscuridad: una cosa inadvertida y olvidada. Si no hubiese sido por el amor de Jesús, habríamos permanecido en perfecta ignorancia hasta este momento; de no habernos abierto él el sentido, no hubiéramos alcanzado el conocimiento espiritual, como tampoco un niño sería capaz por sí solo de escalar las pirámides.
La escuela de Jesús es la única en donde se puede realmente aprender la verdad de Dios. Otras escuelas pueden enseñarnos lo que debe creerse, pero solo la de Cristo es capaz de enseñarnos cómo creer.
Para pensar:
Sentémonos a los pies de Jesús y, con ardiente ruego, imploremos su ayuda bendita, para que nuestros embotados sentidos puedan ir esclareciéndose y nuestros débiles entendimientos acepten las cosas celestiales.
Lucas 24:45
Aquí encontramos a Jesús, a quien vimos anoche abriendo las Escrituras, abriéndoles el entendimiento a las personas. En la primera obra tiene muchos colaboradores, pero en la segunda permanece solo: muchos pueden llevar las Escrituras a la mente, pero solo Dios es capaz de preparar esta última para recibirlas.
Nuestro Señor Jesús difiere de todos los demás maestros en que, mientras que estos últimos llegan al oído, él instruye el corazón. Ellos se ocupan de la letra externa, pero él imparte un gusto interior por la verdad, por el cual percibimos el sabor y el espíritu de esta.
El más ignorante de los hombres llega a ser un perfecto erudito en la escuela de la gracia, cuando el Señor Jesús, por medio de su Santo Espíritu, le revela los misterios del Reino y le concede la divina unción por la cual lo capacita para contemplar lo invisible.
Si el Maestro ha abierto y capacitado nuestros sentidos, somos dichosos. ¡Cuántos hombres de profunda erudición ignoran las cosas eternas! Conocen, de la revelación, la letra que mata, pero no pueden discernir su espíritu que vivifica: tienen un velo sobre sus corazones que los ojos de la razón carnal no logran atravesar.
Nosotros, que ahora vemos, éramos una vez tan ciegos como ellos. La verdad era, para nosotros, como la belleza en la oscuridad: una cosa inadvertida y olvidada. Si no hubiese sido por el amor de Jesús, habríamos permanecido en perfecta ignorancia hasta este momento; de no habernos abierto él el sentido, no hubiéramos alcanzado el conocimiento espiritual, como tampoco un niño sería capaz por sí solo de escalar las pirámides.
La escuela de Jesús es la única en donde se puede realmente aprender la verdad de Dios. Otras escuelas pueden enseñarnos lo que debe creerse, pero solo la de Cristo es capaz de enseñarnos cómo creer.
Para pensar:
Sentémonos a los pies de Jesús y, con ardiente ruego, imploremos su ayuda bendita, para que nuestros embotados sentidos puedan ir esclareciéndose y nuestros débiles entendimientos acepten las cosas celestiales.
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