Tu amor
«Nos acordaremos de tus amores más que del vino».
Cantares 1:4
Jesús no permitirá que su pueblo se olvide de su amor. Si llegara a olvidarse de todo el amor que ha disfrutado, él lo visitaría con nuevo amor.
«¿Olvidas mi cruz? —dice—; yo te la haré recordar. Pues en mi mesa me manifestaré a ti otra vez.
¿Olvidas lo que hice por ti en el consejo secreto de la eternidad?
Yo te lo recordaré, porque tú necesitarás un consejero y me hallarás pronto cuando me llames». Las madres no dejan que sus hijos las olviden.
Si el hijo se ha ido a Australia y no escribe a casa, su madre le pregunta en una carta: «¿Se ha olvidado Juan de su madre?». Entonces le llega una amable misiva que demuestra que aquella suave advertencia no resultó en vano.
Así pasa con Jesús. Él nos dice: «Recuérdame». Y nuestra respuesta es: «Nos acordaremos de tus amores». Nosotros recordaremos tu amor y su incomparable historia: tu amor es tan antiguo como la gloria que tuviste con el Padre antes que el mundo fuese. Recordamos, oh Jesús, tu eterno amor cuando te convertiste en nuestro Fiador y nos desposaste contigo.
Recordamos el amor que inspiró tu sacrificio de ti mismo: amor que, hasta el cumplimiento del tiempo, pensó en ese sacrificio y ansió la hora acerca de la cual, en el rollo del libro, está escrito de ti: «He aquí, vengo».
Recordamos tu amor, oh Jesús, como se manifestó a nosotros en tu vida santa, desde el pesebre de Belén hasta el huerto de Getsemaní. Nosotros seguimos tus pisadas de la cuna al sepulcro, porque todas tus palabras y todas tus obras fueron de amor, y nos regocijamos en tu amor que la muerte no agotó; tu amor, que brilló con esplendor en tu resurrección.
Para pensar:
Recordamos aquel ardiente fuego de amor que nunca te hará guardar silencio hasta que tus escogidos estén todos recogidos con seguridad, hasta que Sion sea glorificada y Jerusalén se establezca sobre sus eternos fundamentos de luz y de amor en el Cielo.
Cantares 1:4
Jesús no permitirá que su pueblo se olvide de su amor. Si llegara a olvidarse de todo el amor que ha disfrutado, él lo visitaría con nuevo amor.
«¿Olvidas mi cruz? —dice—; yo te la haré recordar. Pues en mi mesa me manifestaré a ti otra vez.
¿Olvidas lo que hice por ti en el consejo secreto de la eternidad?
Yo te lo recordaré, porque tú necesitarás un consejero y me hallarás pronto cuando me llames». Las madres no dejan que sus hijos las olviden.
Si el hijo se ha ido a Australia y no escribe a casa, su madre le pregunta en una carta: «¿Se ha olvidado Juan de su madre?». Entonces le llega una amable misiva que demuestra que aquella suave advertencia no resultó en vano.
Así pasa con Jesús. Él nos dice: «Recuérdame». Y nuestra respuesta es: «Nos acordaremos de tus amores». Nosotros recordaremos tu amor y su incomparable historia: tu amor es tan antiguo como la gloria que tuviste con el Padre antes que el mundo fuese. Recordamos, oh Jesús, tu eterno amor cuando te convertiste en nuestro Fiador y nos desposaste contigo.
Recordamos el amor que inspiró tu sacrificio de ti mismo: amor que, hasta el cumplimiento del tiempo, pensó en ese sacrificio y ansió la hora acerca de la cual, en el rollo del libro, está escrito de ti: «He aquí, vengo».
Recordamos tu amor, oh Jesús, como se manifestó a nosotros en tu vida santa, desde el pesebre de Belén hasta el huerto de Getsemaní. Nosotros seguimos tus pisadas de la cuna al sepulcro, porque todas tus palabras y todas tus obras fueron de amor, y nos regocijamos en tu amor que la muerte no agotó; tu amor, que brilló con esplendor en tu resurrección.
Para pensar:
Recordamos aquel ardiente fuego de amor que nunca te hará guardar silencio hasta que tus escogidos estén todos recogidos con seguridad, hasta que Sion sea glorificada y Jerusalén se establezca sobre sus eternos fundamentos de luz y de amor en el Cielo.
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