Descanso
«Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde».
Génesis 8:11
Bendito sea el Señor por este otro día de gracia, aunque esté yo ahora fatigado con sus afanes. Al preservador de los hombres elevo mi cántico de gratitud.
La paloma no halló descanso fuera del arca y, por lo mismo, volvió a ella; y mi alma ha conocido hoy, más plenamente que nunca, que no hay satisfacción en las cosas terrenales: solo Dios puede dar descanso a mi espíritu.
Mis negocios, mis posesiones, mi familia, mis conocimientos, todo está bien en su lugar, pero esas cosas no pueden satisfacer los deseos de mi naturaleza inmortal: «Vuelve alma mía a tu reposo, porque el Señor te ha colmado de bienes» (Sal. 116:7)
Fue en la hora del reposo, mientras las puertas del día se cerraban, cuando, con las alas fatigadas, la paloma volvió a su dueño. ¡Oh Señor, capacítame esta noche para volver a Jesús!
La paloma no podía estar revoloteando toda la noche sobre las turbulentas aguas; tampoco puedo yo estar ni una hora más apartado de Jesús, descanso de mi corazón y hogar de mi espíritu.
La paloma no descendió meramente sobre el techo del arca, sino que entró en ella. Así quisiera mi angustiado espíritu considerar lo secreto del Señor, penetrar en el interior de la verdad, entrar dentro del velo y llegar a mi Amado.
Debo ir a Jesús: mi anhelante espíritu solo quedará satisfecho con una comunión muy íntima y amorosa con él.
Bendito Jesús, quédate conmigo, revélate y permanece conmigo toda la noche, de suerte que, cuando despierte, pueda estar aún contigo.
Observo que la paloma traía en su pico una hoja de olivo, recuerdo de los días pasados y profecía de los futuros.
Para pensar:
¿No tengo yo algún placentero recuerdo que traer a la memoria? ¿Alguna promesa de cariño? Sí, Señor mío, yo te presento mi agradecido reconocimiento por tus apacibles misericordias que has renovado todas las mañanas y repetido todas las tardes; y, ahora, te ruego que extiendas tu mano y pongas a tu paloma en tu pecho.
Génesis 8:11
Bendito sea el Señor por este otro día de gracia, aunque esté yo ahora fatigado con sus afanes. Al preservador de los hombres elevo mi cántico de gratitud.
La paloma no halló descanso fuera del arca y, por lo mismo, volvió a ella; y mi alma ha conocido hoy, más plenamente que nunca, que no hay satisfacción en las cosas terrenales: solo Dios puede dar descanso a mi espíritu.
Mis negocios, mis posesiones, mi familia, mis conocimientos, todo está bien en su lugar, pero esas cosas no pueden satisfacer los deseos de mi naturaleza inmortal: «Vuelve alma mía a tu reposo, porque el Señor te ha colmado de bienes» (Sal. 116:7)
Fue en la hora del reposo, mientras las puertas del día se cerraban, cuando, con las alas fatigadas, la paloma volvió a su dueño. ¡Oh Señor, capacítame esta noche para volver a Jesús!
La paloma no podía estar revoloteando toda la noche sobre las turbulentas aguas; tampoco puedo yo estar ni una hora más apartado de Jesús, descanso de mi corazón y hogar de mi espíritu.
La paloma no descendió meramente sobre el techo del arca, sino que entró en ella. Así quisiera mi angustiado espíritu considerar lo secreto del Señor, penetrar en el interior de la verdad, entrar dentro del velo y llegar a mi Amado.
Debo ir a Jesús: mi anhelante espíritu solo quedará satisfecho con una comunión muy íntima y amorosa con él.
Bendito Jesús, quédate conmigo, revélate y permanece conmigo toda la noche, de suerte que, cuando despierte, pueda estar aún contigo.
Observo que la paloma traía en su pico una hoja de olivo, recuerdo de los días pasados y profecía de los futuros.
Para pensar:
¿No tengo yo algún placentero recuerdo que traer a la memoria? ¿Alguna promesa de cariño? Sí, Señor mío, yo te presento mi agradecido reconocimiento por tus apacibles misericordias que has renovado todas las mañanas y repetido todas las tardes; y, ahora, te ruego que extiendas tu mano y pongas a tu paloma en tu pecho.
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