Disciplina de cada dia

Disciplina de cada día

Pusiste a prueba mis pensamientos y examinaste mi corazón durante la noche; me has escudriñado y no encontraste ningún mal.   Salmo 17.3

David había tomado una determinación en cuanto a la forma de conducirse cada día. «Estoy decidido a no pecar con mis palabras. He seguido tus mandatos, los cuales me impidieron ir tras la gente cruel y perversa. Mis pasos permanecieron en tu camino; no he vacilado en seguirte» (vv. 3-5).

Observamos, en este compromiso, el deseo firme de no ofender a Dios en nada. Reprimió los deseos de venganza que surgieron en su corazón, por amor al Señor, y también se cuidó de no pecar con su boca ventilando con palabras su bronca. Su compromiso fue tan profundo que se atrevió a declarar: «no he vacilado en seguirte».

No obstante, la firmeza de la intención, esto no garantiza que David logrará vivir una vida libre del pecado. Cada día nos presenta una infinidad de oportunidades para ofender al Señor, con nuestra forma de proceder o simplemente con pensamientos que no lo honran. Por esto, David le suma a su compromiso un ejercicio por las noches. Abre su corazón para que el Señor lo examine y pruebe sus pensamientos.
La palabra que emplea para «prueba» significa hacer una cuidadosa examinación con el objetivo de establecer la verdadera condición de algo, incluyendo sus cualidades, imperfecciones y fallas. Del mismo modo, el término «examinar» por lo general se emplea en los ensayos, para descubrir la calidad de un metal. De esta manera, entonces, David se ha sometido durante la noche a una rigurosa inspección por parte del Señor.

Su proceder nos deja un interesante ejemplo a seguir. Cuando el día se termina, los eventos y sucesos que han transcurrido aún permanecen frescos en nuestra mente. Una vez que nos durmamos la mente se ocupará de catalogar esas experiencias, separando las significativas de las insignificantes. Por esta razón constituye una buena disciplina terminar el día transitando por el mismo proceso al que se sometió David.

Seguramente, ciertas ofensas salten a la vista y las podamos confesar en el mismo instante de cometerlas.

Esto, sin embargo, no nos hace libres del pecado. Necesitamos que aquel que escudriña con cuidado los corazones pueda examinarnos y sacar a la luz aquello que constituye una afrenta a su nombre. Será necesario aquietar el espíritu para prestar atención a lo que el Señor pueda mostrarnos.

El valor de esta disciplina es que nos permite terminar el día con las cuentas en cero. Nos podemos acostar en paz porque no quedan asuntos pendientes entre nosotros y el Señor. Y esta bendición se extenderá al nuevo día, pues estaremos en mejores condiciones de seguir el camino de David: «Al despertar, me saciaré cuando contemple tu semblante» (Salmo 17.15, NBLH). Al despertar, la falta de culpa por los pecados que ya han sido confesados nos permitirá entregarnos de todo corazón a la adoración de nuestro Dios. De esta manera, nos aseguramos de que cada día comience y termine en el Señor.

Para pensar.
Es importante hacer un Análisis de lo que hicimos en el día antes de acostarlos, sobre todo sí hemos deshonrado al señor de cualquier manera.
«Los que encubren sus pecados no prosperarán, pero si los confiesan y los abandonan, recibirán misericordia». Proverbios 28.13







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