Loable actitud

Loable actitud
 
Nos guste o no, obedeceremos al SEÑOR nuestro Dios a quien te enviamos con nuestro ruego. Pues si le obedecemos, todo nos irá bien. Jeremías 42.6

Un pequeño remanente de habitantes de Judá, que se había salvado de ser deportado a Babilonia, buscó a Jeremías para que consultara al Señor acerca de lo que debía hacer. Un acto de insensatez por parte de algunos rebeldes había puesto en peligro el futuro tranquilo que, poco tiempo atrás, les había sido obsequiado por el mismo general que había supervisado la caída de Jerusalén.
Ante la advertencia de que el profeta no se guardaría absolutamente nada de lo que Dios pudiera decirle, los líderes respondieron con la categórica declaración que leemos en el texto de hoy.
El compromiso que asumen tiene mucho valor precisamente porque aún no sabían cuál sería la respuesta del Señor. Nuestra humanidad muchas veces exige ver cómo serán las cosas antes de jugarnos enteramente por una palabra. Somos más parecidos a Jacob quien, fiel a su estilo, condicionó su lealtad al «negocio» que podía hacer con Dios.
Luego de que el Señor se le apareciera, hizo un voto: «Si Dios en verdad está conmigo y me protege en este viaje, y si él me provee de comida y de ropa, y si yo regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el SEÑOR ciertamente será mi Dios» (Génesis 28.20-21).
¿Observaste todas las veces que se repite la palabra «si»?
Si Dios está conmigo, si Dios me protege, si Dios me provee de comida, si Dios me provee de ropa, si me lleva sano y salvo a la casa de mi padre. ¡Cuántas condiciones afectan su compromiso!
Qué diferente es la actitud de David, quien había pecado pidiendo un censo del pueblo. Dios envió al profeta Gad para que el rey escogiera entre tres posibles castigos. David no eligió ninguno, sino que exclamó: «Mejor que caigamos nosotros en las manos del SEÑOR, porque su misericordia es grande, y que no caiga yo en manos humanas» (2 Samuel 24.14).
No sabía cuál iba a ser el castigo, pero poseía una confianza tan absoluta en la bondad de Dios que sabía que lo peor que le podría llegar de la mano del Señor sería siempre mejor que lo que pudiera hacerle el hombre.
Esta confianza se basa en saber cómo es el corazón de Dios. No está atada a las circunstancias ni tampoco a los caprichos personales.

Es incondicional porque sabe a ciencia cierta que el Padre nunca nos conducirá por caminos que afectarán adversamente nuestro crecimiento hacia la medida de la plenitud de su Hijo. Por eso, puede rendirse completamente a la voluntad del Señor. Escoge hacer «oídos sordos» a los cuestionamientos que surgen instintivamente cuando el Señor nos habla. Ha entendido que aquel que guía sabe bien lo que mejor contribuirá a ese proceso de crecimiento, y por eso se entrega de todo corazón a hacer su voluntad, ¡inclusive antes de saber cuál es esa voluntad!

Par pensar.
¿Será que nosotros poseemos el mismo espíritu de Jacob, que negociaba bendiciones a cambio de lealtad?
Hoy es un buen día para desechar todo condicionamiento y hacer nuestra la actitud de esta gente:
«Señor, te obedeceremos, sea lo que sea lo que nos digas».
 
 
 
 
 

No Comments