Negociar con Dios
Negociar con Dios
Allí hizo voto Jacob, diciendo: «Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti». Génesis 28.20–22
Si leyéramos de corrido el relato de los tres patriarcas de Génesis: Abraham, Isaac y Jacob, veríamos claras evidencias de que la fe no se hereda.
•Abraham, el padre de la fe, fue un hombre que caminó en intimidad con Dios y recibió aprobación de él.
•Aunque Isaac fue una persona espiritual, ya no vemos en él la devoción y la pasión de su padre.
•Es en Jacob, sin embargo, que nos encontramos con el más grande contraste. Jacob fue un hombre que luchó toda la vida, echando mano del método que más apropiado le parecía, para conseguir lo que él quería.
En el pasaje del devocional de este día, Jacob acababa de recibir una revelación de parte de Dios, similar a las que tuvieron su padre y su abuelo. Lo que le había sido revelado no era nada menos que la manifestación del favor incondicional de Dios sobre su vida. «Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho» (Gn 28.14–15).
Lo notable en esta escena, sin embargo, no es la reiteración de la promesa de convertir en nación a esta familia, sino la respuesta de Jacob. Normalmente, semejante manifestación divina produciría en una persona una clara respuesta de adoración al reconocer lo inmerecido del regalo de Dios. Mas no ocurrió así con
Jacob, sino que le dio a entender al Señor que solamente sería su Dios si se daban ciertas condiciones.
Note la reiteración de una palabrita que casi pasa desapercibida en el texto: «si vas conmigo, si me guardas, si me das pan, si me das vestido, si vuelvo en paz». Le estaba dando a entender al Señor que él también tenía sus prioridades. Si se cumplían, entonces sí seguiría a Dios.
La postura de Jacob revela una tendencia arraigada en nuestro corazón, que es la de creer que nosotros podemos manejar a Dios según nuestros caprichos. Nosotros ponemos las condiciones y él se ajusta a nuestras demandas.
Es por esto por lo que se torna tan difícil seguir al Señor, pues él no acepta negociar con nadie. Para tener una relación con él debemos estar dispuestos a rendirnos absolutamente a sus pies, exclamando, como María: «Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc 1.38). Nos resistimos a esto porque, en esencia, significa permitir que otro controle nuestra vida. En el reino, este es el único camino posible para el hombre.
Para pensar:
¿De qué maneras intenta «negociar» con Dios?
¿Qué cosas delatan su resistencia a someterse a sus demandas?
¿Qué cosas están en juego si usted cede frente a él?
Allí hizo voto Jacob, diciendo: «Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti». Génesis 28.20–22
Si leyéramos de corrido el relato de los tres patriarcas de Génesis: Abraham, Isaac y Jacob, veríamos claras evidencias de que la fe no se hereda.
•Abraham, el padre de la fe, fue un hombre que caminó en intimidad con Dios y recibió aprobación de él.
•Aunque Isaac fue una persona espiritual, ya no vemos en él la devoción y la pasión de su padre.
•Es en Jacob, sin embargo, que nos encontramos con el más grande contraste. Jacob fue un hombre que luchó toda la vida, echando mano del método que más apropiado le parecía, para conseguir lo que él quería.
En el pasaje del devocional de este día, Jacob acababa de recibir una revelación de parte de Dios, similar a las que tuvieron su padre y su abuelo. Lo que le había sido revelado no era nada menos que la manifestación del favor incondicional de Dios sobre su vida. «Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho» (Gn 28.14–15).
Lo notable en esta escena, sin embargo, no es la reiteración de la promesa de convertir en nación a esta familia, sino la respuesta de Jacob. Normalmente, semejante manifestación divina produciría en una persona una clara respuesta de adoración al reconocer lo inmerecido del regalo de Dios. Mas no ocurrió así con
Jacob, sino que le dio a entender al Señor que solamente sería su Dios si se daban ciertas condiciones.
Note la reiteración de una palabrita que casi pasa desapercibida en el texto: «si vas conmigo, si me guardas, si me das pan, si me das vestido, si vuelvo en paz». Le estaba dando a entender al Señor que él también tenía sus prioridades. Si se cumplían, entonces sí seguiría a Dios.
La postura de Jacob revela una tendencia arraigada en nuestro corazón, que es la de creer que nosotros podemos manejar a Dios según nuestros caprichos. Nosotros ponemos las condiciones y él se ajusta a nuestras demandas.
Es por esto por lo que se torna tan difícil seguir al Señor, pues él no acepta negociar con nadie. Para tener una relación con él debemos estar dispuestos a rendirnos absolutamente a sus pies, exclamando, como María: «Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc 1.38). Nos resistimos a esto porque, en esencia, significa permitir que otro controle nuestra vida. En el reino, este es el único camino posible para el hombre.
Para pensar:
¿De qué maneras intenta «negociar» con Dios?
¿Qué cosas delatan su resistencia a someterse a sus demandas?
¿Qué cosas están en juego si usted cede frente a él?
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