Attention necesaria
Atención necesaria
Cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia sangre— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado ancianos. Hechos 20.28
El paso de los años generalmente se ve acompañado por la aparición de dolores y molestias y la disminución de las capacidades físicas. El decaimiento de la salud generalmente nos provee el estímulo para hacernos los chequeos médicos necesarios. Los profesionales de la salud, a su vez, aconsejarán cierto régimen de cuidado para detener el avance de los males que comienzan a asomar.
Lo que se puede hacer para frenar el avance de los años, sin embargo, es limitado. Muchos de los problemas con los que luchamos son el fruto de no haber cuidado adecuadamente el físico en el momento en que debimos haberlo hecho. Los problemas de sobrepeso, los dolores de columna o el colesterol elevado son el resultado de años de descuido y abuso del cuerpo. Con el tiempo, la vida nos pasa factura por la mala administración de los recursos que hemos practicado.
El mismo nivel de descuido puede descarrilar el desempeño del ministerio. De hecho, una multitud de pastores y líderes ha sufrido la interrupción de su trabajo por el intenso agotamiento físico, emocional y espiritual. Durante años se entregaron a la obra como si sus recursos fueran ilimitados, hasta que finalmente descubrieron que padecían las mismas debilidades y restricciones que todas las personas, pero para ese entonces el daño ya estaba hecho.
El apóstol Pablo desea evitar esa clase de situaciones cuando exhorta a los ancianos de Éfeso a que se cuiden a sí mismos. La frase, en el griego, es un llamado a prestar atención a lo que ocurre en la vida de uno mismo, a no ignorar los síntomas que pueden alertarnos de que algo no está bien. Es una invitación a examinarnos cuidadosamente para detectar a tiempo aquellos males que podrían, finalmente, neutralizar el trabajo que realizamos a favor del pueblo de Dios.
Resulta interesante observar que este llamado precede al de cuidar al rebaño del Señor; y este orden no es al azar. Las personas en quienes estamos invirtiendo dependen de nuestra salud espiritual del mismo modo que los niños requieren padres saludables para crecer sanos. Cuando los padres están incapacitados por alguna razón, la tarea de acompañar a sus hijos se torna compleja y trabajosa.
El líder sabio es el que ha entendido un principio elemental en el ministerio: invertir en nuestra propia vida es una de las formas en que mejor invertimos en los demás. Cuidar nuestros propios recursos y velar por la salud de nuestra relación con Dios es también velar por el bienestar de las personas que Dios nos ha confiado. Las personas no se benefician tanto por aquello que hacemos, como por lo que somos. Y lo que somos requiere que prestemos cuidadosa atención a nuestra salud física, mental, emocional y espiritual.
Para pensar.
«Ten mucho cuidado de cómo vives y de lo que enseñas. Mantente firme en lo que es correcto por el bien de tu propia salvación y la de quienes te oyen». 1 Timoteo 4:16
Cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia sangre— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado ancianos. Hechos 20.28
El paso de los años generalmente se ve acompañado por la aparición de dolores y molestias y la disminución de las capacidades físicas. El decaimiento de la salud generalmente nos provee el estímulo para hacernos los chequeos médicos necesarios. Los profesionales de la salud, a su vez, aconsejarán cierto régimen de cuidado para detener el avance de los males que comienzan a asomar.
Lo que se puede hacer para frenar el avance de los años, sin embargo, es limitado. Muchos de los problemas con los que luchamos son el fruto de no haber cuidado adecuadamente el físico en el momento en que debimos haberlo hecho. Los problemas de sobrepeso, los dolores de columna o el colesterol elevado son el resultado de años de descuido y abuso del cuerpo. Con el tiempo, la vida nos pasa factura por la mala administración de los recursos que hemos practicado.
El mismo nivel de descuido puede descarrilar el desempeño del ministerio. De hecho, una multitud de pastores y líderes ha sufrido la interrupción de su trabajo por el intenso agotamiento físico, emocional y espiritual. Durante años se entregaron a la obra como si sus recursos fueran ilimitados, hasta que finalmente descubrieron que padecían las mismas debilidades y restricciones que todas las personas, pero para ese entonces el daño ya estaba hecho.
El apóstol Pablo desea evitar esa clase de situaciones cuando exhorta a los ancianos de Éfeso a que se cuiden a sí mismos. La frase, en el griego, es un llamado a prestar atención a lo que ocurre en la vida de uno mismo, a no ignorar los síntomas que pueden alertarnos de que algo no está bien. Es una invitación a examinarnos cuidadosamente para detectar a tiempo aquellos males que podrían, finalmente, neutralizar el trabajo que realizamos a favor del pueblo de Dios.
Resulta interesante observar que este llamado precede al de cuidar al rebaño del Señor; y este orden no es al azar. Las personas en quienes estamos invirtiendo dependen de nuestra salud espiritual del mismo modo que los niños requieren padres saludables para crecer sanos. Cuando los padres están incapacitados por alguna razón, la tarea de acompañar a sus hijos se torna compleja y trabajosa.
El líder sabio es el que ha entendido un principio elemental en el ministerio: invertir en nuestra propia vida es una de las formas en que mejor invertimos en los demás. Cuidar nuestros propios recursos y velar por la salud de nuestra relación con Dios es también velar por el bienestar de las personas que Dios nos ha confiado. Las personas no se benefician tanto por aquello que hacemos, como por lo que somos. Y lo que somos requiere que prestemos cuidadosa atención a nuestra salud física, mental, emocional y espiritual.
Para pensar.
«Ten mucho cuidado de cómo vives y de lo que enseñas. Mantente firme en lo que es correcto por el bien de tu propia salvación y la de quienes te oyen». 1 Timoteo 4:16
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