El proposito
«Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones.».
Daniel 9:26
¡Bendito sea su nombre!, no hay causa de muerte en él. Ni pecado original ni pecado presente lo ha manchado y, por tanto, la muerte no tiene ningún derecho sobre él. Ningún hombre podría haberle quitado la vida con justicia, pues él no injurió a ningún hombre; y ningún hombre podía haberlo matado por la fuerza, si él no hubiese deseado entregarse para morir.
Pero, he aquí que uno peca y otro sufre. La justicia se vio ultrajada por nosotros, pero halla en él su satisfacción. Ni ríos de lágrimas, ni montañas de sacrificios, ni mares de sangre de bueyes, ni cerros de incienso hubiesen servido para la remisión de los pecados; pero Jesús fue muerto por nosotros y la causa de la ira desapareció enseguida, porque se había eliminado el pecado para siempre.
•Aquí hay sabiduría, mediante la cual la sustitución, seguro y rápido camino de expiación, se divisaba.
•Aquí hay condescendencia, que envía al Mesías —el Príncipe— para que se ciña una corona de espinas y muera en la cruz.
•Aquí hay amor, que lleva al Redentor a dar su vida por sus enemigos.
Sin embargo, no basta con admirar el espectáculo del inocente que sangra por el culpable; tenemos que estar seguros de que también nos salvó a nosotros. El propósito particular de la muerte del Mesías era la salvación de su Iglesia.
¿Tenemos nosotros parte y suerte entre aquellos por quienes él dio su vida en rescate?
¿Fuimos curados por sus llagas?
Será terrible si nos privamos de una porción de su sacrificio; en ese caso, sería mejor no haber nacido. Aunque la pregunta es solemne, nos alienta saber que se puede contestar claramente y sin error: para todos los que creen en él, Jesús es un Salvador actual y sobre los tales se esparció toda la sangre de la reconciliación.
Para pensar:
•¿Crees y confías en los méritos de la muerte del Mesías?
•¿Te sientes gozoso al recordarlo?
•¿Eres agradecido, para consagrarte por entero a su causa?
Daniel 9:26
¡Bendito sea su nombre!, no hay causa de muerte en él. Ni pecado original ni pecado presente lo ha manchado y, por tanto, la muerte no tiene ningún derecho sobre él. Ningún hombre podría haberle quitado la vida con justicia, pues él no injurió a ningún hombre; y ningún hombre podía haberlo matado por la fuerza, si él no hubiese deseado entregarse para morir.
Pero, he aquí que uno peca y otro sufre. La justicia se vio ultrajada por nosotros, pero halla en él su satisfacción. Ni ríos de lágrimas, ni montañas de sacrificios, ni mares de sangre de bueyes, ni cerros de incienso hubiesen servido para la remisión de los pecados; pero Jesús fue muerto por nosotros y la causa de la ira desapareció enseguida, porque se había eliminado el pecado para siempre.
•Aquí hay sabiduría, mediante la cual la sustitución, seguro y rápido camino de expiación, se divisaba.
•Aquí hay condescendencia, que envía al Mesías —el Príncipe— para que se ciña una corona de espinas y muera en la cruz.
•Aquí hay amor, que lleva al Redentor a dar su vida por sus enemigos.
Sin embargo, no basta con admirar el espectáculo del inocente que sangra por el culpable; tenemos que estar seguros de que también nos salvó a nosotros. El propósito particular de la muerte del Mesías era la salvación de su Iglesia.
¿Tenemos nosotros parte y suerte entre aquellos por quienes él dio su vida en rescate?
¿Fuimos curados por sus llagas?
Será terrible si nos privamos de una porción de su sacrificio; en ese caso, sería mejor no haber nacido. Aunque la pregunta es solemne, nos alienta saber que se puede contestar claramente y sin error: para todos los que creen en él, Jesús es un Salvador actual y sobre los tales se esparció toda la sangre de la reconciliación.
Para pensar:
•¿Crees y confías en los méritos de la muerte del Mesías?
•¿Te sientes gozoso al recordarlo?
•¿Eres agradecido, para consagrarte por entero a su causa?
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