El gozo
El gozo
«Mejores son tus amores que el vino».
Cantares 1:2
Nada le da al creyente tanto gozo como la comunión con Cristo. Él goza como los demás de las bendiciones comunes de la vida, puede sentir alegría tanto en los dones como en las obras de Dios, pero en ninguna de estas cosas separadamente, ni en todas ellas juntas, halla un placer tan real como en la incomparable persona del Señor Jesús.
Tiene en él un vino que ninguna viña del mundo podría producir, un pan que ni aun todos los trigales de Egipto podrían presentar.
¿Dónde podríamos hallar la dulzura que hemos gustado en nuestra comunión con el Amado?
En nuestra consideración, los goces de la tierra son solo un poco mejores que las algarrobas de los cerdos, si los comparamos con Jesús, el celestial maná. Quisiéramos más bien tener un bocado del amor de Cristo, y un sorbo de su comunión, que todo un mundo lleno de placer carnal.
¿Qué valor tiene el tamo al lado del trigo? ¿Que valor tiene la brillante bisutería al lado del diamante? ¿Qué valor tiene el sueño al lado de la gloriosa realidad? ¿Qué valor tiene el placer temporal, en el mejor de los casos, en comparación con nuestro Señor Jesús, en su estado más humilde?
Si conoces algo de la vida interior, tendrás que confesar que los placeres más sublimes, más puros y duraderos son frutos del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios. Ningún manantial da agua tan dulce como aquella fuente que produjo la lanza del soldado. Toda felicidad terrenal es de la tierra, pero los consuelos de la presencia de Cristo son como él: celestiales.
Podemos pasar revista a nuestra comunión con Jesús y no hallaremos en ella sentimientos de vaciedad: en este vino no hay sedimento, ni moscas muertas en su perfume.
El gozo del Señor es real y permanente. La vanidad no ha puesto sus ojos sobre él, pero la discreción y la prudencia testifican que este gozo soporta la prueba de los años y, tanto en el tiempo como en la eternidad, merece ser llamado «el único gozo verdadero».
Para la nutrición, el consuelo, el regocijo y el refrigerio, ningún vino puede rivalizar con el amor de Jesús. Bebamos hasta la saciedad esta tarde.
Para pensar:
Permíteme hacerte esta pregunta:
¿Sirves a Dios con alegría?
Mostremos a los del mundo, que piensan que nuestra relación con El, es una esclavitud, que para nosotros es más bien un placer y un gozo. Que nuestro gozo proclame que estamos sirviendo a un buen Amo.
«Mejores son tus amores que el vino».
Cantares 1:2
Nada le da al creyente tanto gozo como la comunión con Cristo. Él goza como los demás de las bendiciones comunes de la vida, puede sentir alegría tanto en los dones como en las obras de Dios, pero en ninguna de estas cosas separadamente, ni en todas ellas juntas, halla un placer tan real como en la incomparable persona del Señor Jesús.
Tiene en él un vino que ninguna viña del mundo podría producir, un pan que ni aun todos los trigales de Egipto podrían presentar.
¿Dónde podríamos hallar la dulzura que hemos gustado en nuestra comunión con el Amado?
En nuestra consideración, los goces de la tierra son solo un poco mejores que las algarrobas de los cerdos, si los comparamos con Jesús, el celestial maná. Quisiéramos más bien tener un bocado del amor de Cristo, y un sorbo de su comunión, que todo un mundo lleno de placer carnal.
¿Qué valor tiene el tamo al lado del trigo? ¿Que valor tiene la brillante bisutería al lado del diamante? ¿Qué valor tiene el sueño al lado de la gloriosa realidad? ¿Qué valor tiene el placer temporal, en el mejor de los casos, en comparación con nuestro Señor Jesús, en su estado más humilde?
Si conoces algo de la vida interior, tendrás que confesar que los placeres más sublimes, más puros y duraderos son frutos del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios. Ningún manantial da agua tan dulce como aquella fuente que produjo la lanza del soldado. Toda felicidad terrenal es de la tierra, pero los consuelos de la presencia de Cristo son como él: celestiales.
Podemos pasar revista a nuestra comunión con Jesús y no hallaremos en ella sentimientos de vaciedad: en este vino no hay sedimento, ni moscas muertas en su perfume.
El gozo del Señor es real y permanente. La vanidad no ha puesto sus ojos sobre él, pero la discreción y la prudencia testifican que este gozo soporta la prueba de los años y, tanto en el tiempo como en la eternidad, merece ser llamado «el único gozo verdadero».
Para la nutrición, el consuelo, el regocijo y el refrigerio, ningún vino puede rivalizar con el amor de Jesús. Bebamos hasta la saciedad esta tarde.
Para pensar:
Permíteme hacerte esta pregunta:
¿Sirves a Dios con alegría?
Mostremos a los del mundo, que piensan que nuestra relación con El, es una esclavitud, que para nosotros es más bien un placer y un gozo. Que nuestro gozo proclame que estamos sirviendo a un buen Amo.
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