Cuando alguien falla
Cuando alguien falla
Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? […] Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros. ROMANOS 2:21–24
Las palabras de Pablo me recuerdan un dicho que solía escuchar a menudo: “No hagas lo que hago, haz lo que digo”. Las personas que dan esta exhortación esperan que los demás vivan de acuerdo a reglas que ellos reconocen no estar dispuestos a seguir.
Aquí es donde muchos cristianos jóvenes e inseguros se encuentran. Ven a los líderes de la iglesia o a los que están en autoridad haciendo cosas que saben que no están bien, y piensan: Bueno, si ellos son cristianos tan excelentes, y pueden hacer eso, debe estar bien. Esta actitud puede llevarlos a hacer las mismas cosas o a alejarse de Dios completamente.
Necesitamos recordar que Dios nos ha llamado a ser responsables por nuestras acciones. Dios nos pedirá cuentas de cada pensamiento y de cada acción; pero nuestra responsabilidad no se queda allí. También somos responsable de levantar a los demás cuando fallan.
Probablemente en ninguna otra parte de la Biblia este concepto sea definido con mayor claridad que en Gálatas 6:1–3.
Pablo estableció tres principios importantes que Satanás no quiere que comprendamos.
Primero.
Cuando nos enteramos de que una hermana o hermano ha caído en pecado, debemos hacer todo lo que podamos para levantar a esa persona.
Pablo escribió: “Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”.
Incluso los mejores de nosotros fallamos en ocasiones, pero es importante notar que la palabra “sorprendido” no significa un pecado deliberado o intencional.
Es como si alguien fuera caminando por una acera cubierta de hielo, se resbalara y cayera. Así es como funciona la vida cristiana; casi todos nos resbalamos en alguna ocasión.
¿Cuál debería ser nuestra actitud cuando esto sucede?
Debemos ofrecer ayuda, por supuesto. Si alguien se resbala sobre el hielo, ¿no corre usted naturalmente hacia esa persona para ayudarla a levantarse?
Ese es un principio cristiano. Pero el enemigo quiere asegurarse de que no hagamos lo correcto. Incluso podría susurrar en su oído: “No veas hacia donde está. Ignórala. No tienes la obligación de ayudarla a levantarse. ¿Por qué? Si ni siquiera la conoces”. Es fácil ignorar a las personas que necesitan ayuda.
La palabra griega traducida como “restauradle” fue una vez un término médico que utilizaba el cirujano para describir el procedimiento para remover un bulto o bolita del cuerpo o para restablecer un brazo roto. La meta no es ver que la persona sea castigada, sino que la persona sea sanada.
El segundo punto
Que comunica Pablo es que cuando uno se da cuenta de que alguien ha caído, en lugar de señalarlo o de juzgarlo, deberíamos considerarnos a nosotros mismos. El diablo podría tentarnos a hacer lo mismo o algo más igual de malo, o incluso peor.
Necesitamos ver con compasión a los que caen y recordarnos a nosotros mismos: “Si no fuera por la gracia de Dios yo estaría en esa posición”.
Lo tercero
Es hacer a un lado el orgullo de nuestros propios logros. Si pensamos que somos más espirituales, nos estamos engañando a nosotros mismos. Proverbios 16:18 da esta advertencia: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”.
No debemos comparar nuestros logros con los de los demás, sino preguntarnos a nosotros mismos: ¿He hecho todo lo que podría haber hecho realmente?
Satanás se emociona de que nos comparemos con los que fracasan y que nos veamos a nosotros mismos como si fuéramos superiores.
Pero cuando nos comparamos con los estándares que Jesús nos establece, no tenemos causa para ser jactanciosos o soberbios. En lugar de ello, podemos estar humildemente agradecidos de que el Señor esté obrando en nuestra vida.
Oremos.
Señor, Jesús, por favor recuérdame que ayude a los que han caído. Ayúdame a recordar que si no fuera por tu gracia yo sería el que hubiera fallado. Pero sobre todo, ayúdame a recordar que estás siempre conmigo y que me ayudarás a vencer al maligno. Te alabo por todas estas cosas. Amén.
Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? […] Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros. ROMANOS 2:21–24
Las palabras de Pablo me recuerdan un dicho que solía escuchar a menudo: “No hagas lo que hago, haz lo que digo”. Las personas que dan esta exhortación esperan que los demás vivan de acuerdo a reglas que ellos reconocen no estar dispuestos a seguir.
Aquí es donde muchos cristianos jóvenes e inseguros se encuentran. Ven a los líderes de la iglesia o a los que están en autoridad haciendo cosas que saben que no están bien, y piensan: Bueno, si ellos son cristianos tan excelentes, y pueden hacer eso, debe estar bien. Esta actitud puede llevarlos a hacer las mismas cosas o a alejarse de Dios completamente.
Necesitamos recordar que Dios nos ha llamado a ser responsables por nuestras acciones. Dios nos pedirá cuentas de cada pensamiento y de cada acción; pero nuestra responsabilidad no se queda allí. También somos responsable de levantar a los demás cuando fallan.
Probablemente en ninguna otra parte de la Biblia este concepto sea definido con mayor claridad que en Gálatas 6:1–3.
Pablo estableció tres principios importantes que Satanás no quiere que comprendamos.
Primero.
Cuando nos enteramos de que una hermana o hermano ha caído en pecado, debemos hacer todo lo que podamos para levantar a esa persona.
Pablo escribió: “Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”.
Incluso los mejores de nosotros fallamos en ocasiones, pero es importante notar que la palabra “sorprendido” no significa un pecado deliberado o intencional.
Es como si alguien fuera caminando por una acera cubierta de hielo, se resbalara y cayera. Así es como funciona la vida cristiana; casi todos nos resbalamos en alguna ocasión.
¿Cuál debería ser nuestra actitud cuando esto sucede?
Debemos ofrecer ayuda, por supuesto. Si alguien se resbala sobre el hielo, ¿no corre usted naturalmente hacia esa persona para ayudarla a levantarse?
Ese es un principio cristiano. Pero el enemigo quiere asegurarse de que no hagamos lo correcto. Incluso podría susurrar en su oído: “No veas hacia donde está. Ignórala. No tienes la obligación de ayudarla a levantarse. ¿Por qué? Si ni siquiera la conoces”. Es fácil ignorar a las personas que necesitan ayuda.
La palabra griega traducida como “restauradle” fue una vez un término médico que utilizaba el cirujano para describir el procedimiento para remover un bulto o bolita del cuerpo o para restablecer un brazo roto. La meta no es ver que la persona sea castigada, sino que la persona sea sanada.
El segundo punto
Que comunica Pablo es que cuando uno se da cuenta de que alguien ha caído, en lugar de señalarlo o de juzgarlo, deberíamos considerarnos a nosotros mismos. El diablo podría tentarnos a hacer lo mismo o algo más igual de malo, o incluso peor.
Necesitamos ver con compasión a los que caen y recordarnos a nosotros mismos: “Si no fuera por la gracia de Dios yo estaría en esa posición”.
Lo tercero
Es hacer a un lado el orgullo de nuestros propios logros. Si pensamos que somos más espirituales, nos estamos engañando a nosotros mismos. Proverbios 16:18 da esta advertencia: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”.
No debemos comparar nuestros logros con los de los demás, sino preguntarnos a nosotros mismos: ¿He hecho todo lo que podría haber hecho realmente?
Satanás se emociona de que nos comparemos con los que fracasan y que nos veamos a nosotros mismos como si fuéramos superiores.
Pero cuando nos comparamos con los estándares que Jesús nos establece, no tenemos causa para ser jactanciosos o soberbios. En lugar de ello, podemos estar humildemente agradecidos de que el Señor esté obrando en nuestra vida.
Oremos.
Señor, Jesús, por favor recuérdame que ayude a los que han caído. Ayúdame a recordar que si no fuera por tu gracia yo sería el que hubiera fallado. Pero sobre todo, ayúdame a recordar que estás siempre conmigo y que me ayudarás a vencer al maligno. Te alabo por todas estas cosas. Amén.

No Comments